En el Barrio del Carmel, cuna del pijoaparte
Imaginen que un día salen de su casa para comprar el periódico. O están en el trabajo y llaman para preguntar que compran para la cena. O están a punto de bañarse. Quizá sea un gesto, una acción que no significa nada, la hacen todos los días, cualquier día. Pero este momento será el último que verán o vivirán dentro de esa casa. De repente, una llamada les informa que tienen que desalojar la vivienda en menos de cinco minutos, lo justo para volver a ponerse los zapatos, o la chamarra, o ni eso. Y la próxima vez que vuelvan a casa, ya no existe.
Cuántas veces hemos decidido (o las circunstancias deciden por nosotros) dejar todo y volver a empezar. Pero siempre nos llevamos con nosotros una maleta, o cajas, o un camión entero con las cosas que hemos acumulado en la etapa anterior; serán los recuerdos durante la próxima etapa. Pero un día, sin decidir, sin pensar, estás en un lugar, y al siguiente momento, ese lugar ha desaparecido, con todo lo que había adentro, toda tu vida en fotos, papeles, ropa o muebles que con mucho o poco esfuerzo has ido comprando para crear un hogar. Eso es lo que se ha perdido, un hogar.
Los vecinos de varios edificios del Barrio Carmel, en Barcelona, lo han vivido los últimos días. Las obras del metro originaron un socavón debajo de sus edificios, que causó daños estructurales. Uno de ellos fue derribado, y los vecinos han tenido que ir a remover los escombros para buscar. El daño, por supuesto, no sólo es material, es psicológico y moral. Una vecina intenta rescatar las fotos de sus padres, ya muertos, su única herencia. Todos están furiosos y tristes. La impotencia y la rabia es comprensible. No es lo mismo perder tus bienes en un desastre natural, en donde no hay culpables (bueno, eso se dice, yo estoy convencida de que sí los hay: los tsunamis no causan los mismos muertos en Japón que en la India, y lo mismo pasa con terremotos, inundaciones e incendios, que se ensañan con los países más pobres precisamente porque no tienen la infraestructura ni la capacidad para alertar y evacuar, en suma, para resistir, que los países más ricos) que perder todo en un minuto a causa de la negligencia política y urbana.
El barrio del Carmel es el barrio de uno de mis personajes favoritos, El pijoaparte, de la novela Últimas Tardes con Teresa, de Juan Marsé, que ha escrito sobre sus calles y a las cuales le une recuerdos de infancia y juventud. Es parte del barrio, aún cuando nunca ha vivido en él. Ha descrito sus calles, sus casas, su gente. La biblioteca lleva su nombre. Y se une a la indignación general. Lejos está el Carmel de la Barcelona de diseño, cosmopolita y fashion. Tan lejos como las costas de Florida a las costas de Sri Lanka.
Pero los vecinos que ahora buscan entre los escombros no son los únicos que lo han perdido todo, todavía hay muchos vecinos a los que se les impide volver a sus casas, que salieron con lo puesto y mañana se pueden levantar con la noticia de que sus casas también serán derribadas. Y a pesar de que sabemos que hay gente que lo pierde todo en un terremoto, en una mala jugada del destino, en un desastre natural, a pesar de que todos a veces hemos dejado atrás todo para volver a empezar, no es lo mismo. Y también duele. Sin decir qué duele más o qué menos, sin subestimar sentimientos ni minimizar ninguna situación, también duele. O imaginen que salen al cine y cuando vuelven, ya no tienen nada.
Cuántas veces hemos decidido (o las circunstancias deciden por nosotros) dejar todo y volver a empezar. Pero siempre nos llevamos con nosotros una maleta, o cajas, o un camión entero con las cosas que hemos acumulado en la etapa anterior; serán los recuerdos durante la próxima etapa. Pero un día, sin decidir, sin pensar, estás en un lugar, y al siguiente momento, ese lugar ha desaparecido, con todo lo que había adentro, toda tu vida en fotos, papeles, ropa o muebles que con mucho o poco esfuerzo has ido comprando para crear un hogar. Eso es lo que se ha perdido, un hogar.
Los vecinos de varios edificios del Barrio Carmel, en Barcelona, lo han vivido los últimos días. Las obras del metro originaron un socavón debajo de sus edificios, que causó daños estructurales. Uno de ellos fue derribado, y los vecinos han tenido que ir a remover los escombros para buscar. El daño, por supuesto, no sólo es material, es psicológico y moral. Una vecina intenta rescatar las fotos de sus padres, ya muertos, su única herencia. Todos están furiosos y tristes. La impotencia y la rabia es comprensible. No es lo mismo perder tus bienes en un desastre natural, en donde no hay culpables (bueno, eso se dice, yo estoy convencida de que sí los hay: los tsunamis no causan los mismos muertos en Japón que en la India, y lo mismo pasa con terremotos, inundaciones e incendios, que se ensañan con los países más pobres precisamente porque no tienen la infraestructura ni la capacidad para alertar y evacuar, en suma, para resistir, que los países más ricos) que perder todo en un minuto a causa de la negligencia política y urbana.
El barrio del Carmel es el barrio de uno de mis personajes favoritos, El pijoaparte, de la novela Últimas Tardes con Teresa, de Juan Marsé, que ha escrito sobre sus calles y a las cuales le une recuerdos de infancia y juventud. Es parte del barrio, aún cuando nunca ha vivido en él. Ha descrito sus calles, sus casas, su gente. La biblioteca lleva su nombre. Y se une a la indignación general. Lejos está el Carmel de la Barcelona de diseño, cosmopolita y fashion. Tan lejos como las costas de Florida a las costas de Sri Lanka.
Pero los vecinos que ahora buscan entre los escombros no son los únicos que lo han perdido todo, todavía hay muchos vecinos a los que se les impide volver a sus casas, que salieron con lo puesto y mañana se pueden levantar con la noticia de que sus casas también serán derribadas. Y a pesar de que sabemos que hay gente que lo pierde todo en un terremoto, en una mala jugada del destino, en un desastre natural, a pesar de que todos a veces hemos dejado atrás todo para volver a empezar, no es lo mismo. Y también duele. Sin decir qué duele más o qué menos, sin subestimar sentimientos ni minimizar ninguna situación, también duele. O imaginen que salen al cine y cuando vuelven, ya no tienen nada.
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