La muerte de Bertha
Por lo general, Pamplona es una ciudad con pocos niveles de violencia. La historia que les conté hace unos días, sobre el policía que mató a un tendero, es una excepción y se enmarca en el contexto de la incertidumbre y la conmoción del 11–M. Prácticamente no se puede hablar de delincuencia. Sin embargo, la mañana de hoy fue el escenario de la séptima víctima en lo que va del año, a causa de la violencia doméstica. Un chico de 26 años esperaba en el estacionamiento de su casa a una ex novia de 22, y al subirse al coche le disparó con una escopeta y luego se suicidó. El año pasado, las mujeres que murieron a manos de su expareja o su pareja, fueron 72 y el anterior, 68. De alguna manera, la situación me remite, por lo general, a las muertas de Juárez, aunque tiene sus diferencias sustanciales.
En España, más del noventa por ciento de las muertas sufrieron durante mucho o poco tiempo maltrato físico y psicológico. Su verdugo era el hombre con el que compartían o compartieron su vida. El hombre más cercano era, en esos casos, el más peligroso. Muchas de ellas encontraron la muerte después de la decisión más difícil, la de acabar con esa relación, lo cual disparó la violencia del hombre que no aceptaba la separación o el divorcio. Algunos violaron órdenes de alejamiento. Algunos se suicidaron o se entregaron a la policía después del crimen.
Una de las diferencias que encuentro entre las muertas de Juárez es que la violencia familiar no tiene edad, tipo físico o nivel social. Un maltratador puede ser rico y culto, educado y sensible. Una mujer víctima de malos tratos puede ser profesional o ama de casa. No hay un perfil concreto para ser asesino o asesinado. Otra de las diferencias es que la mayoría de los hombres que cometen uno de estos crímenes o están en la cárcel o muertos, quizá se sientan culpables. Y digo quizá porque no tengo idea de lo que suceda en la mente de un asesino.
La diferencia más importante que encuentro es que las autoridades, si bien no han conseguido erradicar o controlar el problema, que ya tiene visos de epidemia, por lo menos lo están intentando. Campañas contra la violencia doméstica, centros de acogida para aquellas mujeres que no tienen a donde ir ni de qué vivir, pulseras en los maltratadores que están monitoreados constantemente. El nuevo experimento es que las mujeres tienen un teléfono que llevan consigo y que detecta la cercanía de la otra persona, echando a andar un dispositivo que manda la señal a la policía, con la localización de ambos, con la intención de que lleguen a tiempo cuando un hombre viola la ley de alejamiento. Hay, sobre todo, y esta es la diferencia, voluntad para evitar esas muertes. Pero hay una semejanza, y esta es que las muertes continúan sucediendo.
En España, más del noventa por ciento de las muertas sufrieron durante mucho o poco tiempo maltrato físico y psicológico. Su verdugo era el hombre con el que compartían o compartieron su vida. El hombre más cercano era, en esos casos, el más peligroso. Muchas de ellas encontraron la muerte después de la decisión más difícil, la de acabar con esa relación, lo cual disparó la violencia del hombre que no aceptaba la separación o el divorcio. Algunos violaron órdenes de alejamiento. Algunos se suicidaron o se entregaron a la policía después del crimen.
Una de las diferencias que encuentro entre las muertas de Juárez es que la violencia familiar no tiene edad, tipo físico o nivel social. Un maltratador puede ser rico y culto, educado y sensible. Una mujer víctima de malos tratos puede ser profesional o ama de casa. No hay un perfil concreto para ser asesino o asesinado. Otra de las diferencias es que la mayoría de los hombres que cometen uno de estos crímenes o están en la cárcel o muertos, quizá se sientan culpables. Y digo quizá porque no tengo idea de lo que suceda en la mente de un asesino.
La diferencia más importante que encuentro es que las autoridades, si bien no han conseguido erradicar o controlar el problema, que ya tiene visos de epidemia, por lo menos lo están intentando. Campañas contra la violencia doméstica, centros de acogida para aquellas mujeres que no tienen a donde ir ni de qué vivir, pulseras en los maltratadores que están monitoreados constantemente. El nuevo experimento es que las mujeres tienen un teléfono que llevan consigo y que detecta la cercanía de la otra persona, echando a andar un dispositivo que manda la señal a la policía, con la localización de ambos, con la intención de que lleguen a tiempo cuando un hombre viola la ley de alejamiento. Hay, sobre todo, y esta es la diferencia, voluntad para evitar esas muertes. Pero hay una semejanza, y esta es que las muertes continúan sucediendo.
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