Quién me ha robado el mes de abril
Quién me ha robado el mes de abril
Ayer amanecí sabinesca. Quería recordar cuándo y cuál fue la primera canción que le escuché a Joaquín Sabina. Pensaba que era esta, pero entonces mi mente empezó a acumular una cantidad indigesta de recuerdos a una velocidad vertiginosa. La época canalla.
Era la “rara”. Veía las películas que nadie veía, leía los libros que nadie leía (no, mejor tengo que decir: leía, cosa que nadie hacía), escuchaba la música que nadie escuchaba. Mi mente estaba llena de fantasías producto de los libros, me estaba volviendo tan loca como Santa Teresa y El quijote, los libros de caballería son dañinos para la salud mental y yo agregaría: los libros en general. Esa ciudad polvorienta me estaba quedando muy pequeña (lo de ciudad polvorienta no lo dije yo, lo dijo el primer ser alternativo que conocí en ella). No es que fuera pequeña, es que nuestro propio mundo a veces es tan reducido que aún estando en la ciudad más grande del mundo nos podemos sentir enclaustrados. Los límites están dentro de nosotros, así también puede suceder en el sentido contrario, cuánto ermitaño ha conseguido un mundo tan pleno, tan rico, y lo consigue a través del silencio y el aislamiento. El aburrimiento suele estar dentro de nosotros, no en lo que el exterior puede ofrecernos. Esto también tiene mucho que ver con nuestra particular lucha con la soledad, en como nos adaptamos a ella o la evitamos a toda costa.
Era una de las dos o tres personas que iban al ciclo de cine de Buñuel en una pequeña sala de la rectoría de la Universidad. No había el underground, el darkismo que ahora existe en Juárez, la ciudad de las bajas pasiones que mi hermano conoce bien. O por lo menos yo no lo conocía, aunque es muy seguro que existiera desde siempre. Ya me iba dando cuenta que mis ganas de ser monja era sólo una manera de decir que quería ser diferente a lo que veía a mi alrededor.
Entre mis rarezas, entendida la palabra no como una extravagancia gratuita, sino como algo que casi nadie que yo conociera hacía, estaba escuchar un programa de radio que salía por las tardes (no sé porque siempre me recuerdo sentada en el coche, no sé a donde iba a esa hora de la tarde todos los días, quizá a aquellas colonias perdidas, suburbanas, donde pasaba la mayor parte de mi tiempo con los niños en las últimas épocas de mi vida en Juárez. La estación (emisora) en realidad no era nada alternativa, ni siquiera original, simplemente era la única donde se escuchaba a Silvio y Pablo, trova cubana, cantautores, canciones sociales. Había una canción que decía algo así como: la vida se va como el agua por el lavadero. Deprimente. También salía una que otra vez Luz Casal, perseguida por un orangután. Mi época de Flans, Bonjovi, Pandora y Madonna había pasado (bueno, Madonna no). Víctor Manuel y Ana Belén, mírala, mírala, mírala, la puerta de Alcalá...tan lejana todavía. Guadalupe Pineda, que destrozó la canción de Pablo “Yolanda”, cambiando el Yolanda por TE AMO, cantaba una canción triste, extraña (para mí) una canción sobre amores clandestinos. El diario no hablaba de ti ni de mí. Se llamaba Eclipse de Mar. También le cambió la letra, la hizo más light; quitó la frase: que han pillado un alijo de coca, y también aquélla frase sobre la huelga de las putas en Moscú. Así entró en mi vida Sabina, a través de Guadalupe Pineda.
Eran mis últimos meses en Juárez, luego entré a la Universidad y ya era menos rara. Todo lo que me parecía dark, alternativo, underground, era de lo más normal y corriente (después de conocer a Juan Gabriel, mi compañero de clase, todo me parecía de lo más común, menos él. Después he conocido a cada persona extraña que Juan Gabriel también terminó por ser gente normal). Ya podía encontrar gente que escuchaba a The Cure.
En el primer semestre de la Universidad, Gustavo Loza hizo su primer vídeo en una clase sobre la canción Medias Negras. Era un poeta (Joaquín, no Gustavo, ese es cineasta, todavía) que se atrevía decir las cosas que hacemos y pensamos y no nos atrevemos a decir (quién más dice: De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría, por ti la vida entera...y sin embargo un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera....)
La canción favorita que teníamos Gerardo y yo (Zorrilla, sí) era Mentiras Piadosas (yo le quería decir la verdad por amarga que fuera, que el universo era más ancho que sus caderas). Pasábamos horas escuchando a Sabina, desgajando cada una de sus frases, poniendo ejemplos, recordando aventuras a las que siempre se le podía aplicar alguna cosa que Sabina ya había dicho. Aprendí muchas cosas en esa época de la Universidad. Aprendí sobre todo que también a mí me pasaban esas cosas que canta Sabina, que pasan todos los días y por tanto, no soy rara, ni excéntrica ni autista, ni dark, ni underground. Soy tan normal que me veo reflejada en esas canciones.
Recordar a Benja y a Lara, a Peque, a Canek, a Galo, también me lleva irremediablemente a Sabina. Hemos pasado más de 19 días y 500 noches escuchando una y otra vez Yo, mi, me contigo, o Esta boca es mía, encontrando referencias de unas canciones en otras, personajes, lugares, frases repetidas, metáforas.
Luego pongamos que hablo de Madrid, la primera vez, el Madrid de Sabina, el barrio de Lavapiés, el Hostal Pereda (ese es mío, pero tiene mucho de ambiente de canción de Sabina), la plaza de Tirso de Molina. Me bajé en Atocha y me quedé.
¿Quién me ha robado el mes de abril, Joaquinito? Has sido tú, claro. Mira que eres canalla, (aunque ese era Luis Eduardo). Eso mismo fue lo que yo le pregunté.
Ayer amanecí sabinesca. Quería recordar cuándo y cuál fue la primera canción que le escuché a Joaquín Sabina. Pensaba que era esta, pero entonces mi mente empezó a acumular una cantidad indigesta de recuerdos a una velocidad vertiginosa. La época canalla.
Era la “rara”. Veía las películas que nadie veía, leía los libros que nadie leía (no, mejor tengo que decir: leía, cosa que nadie hacía), escuchaba la música que nadie escuchaba. Mi mente estaba llena de fantasías producto de los libros, me estaba volviendo tan loca como Santa Teresa y El quijote, los libros de caballería son dañinos para la salud mental y yo agregaría: los libros en general. Esa ciudad polvorienta me estaba quedando muy pequeña (lo de ciudad polvorienta no lo dije yo, lo dijo el primer ser alternativo que conocí en ella). No es que fuera pequeña, es que nuestro propio mundo a veces es tan reducido que aún estando en la ciudad más grande del mundo nos podemos sentir enclaustrados. Los límites están dentro de nosotros, así también puede suceder en el sentido contrario, cuánto ermitaño ha conseguido un mundo tan pleno, tan rico, y lo consigue a través del silencio y el aislamiento. El aburrimiento suele estar dentro de nosotros, no en lo que el exterior puede ofrecernos. Esto también tiene mucho que ver con nuestra particular lucha con la soledad, en como nos adaptamos a ella o la evitamos a toda costa.
Era una de las dos o tres personas que iban al ciclo de cine de Buñuel en una pequeña sala de la rectoría de la Universidad. No había el underground, el darkismo que ahora existe en Juárez, la ciudad de las bajas pasiones que mi hermano conoce bien. O por lo menos yo no lo conocía, aunque es muy seguro que existiera desde siempre. Ya me iba dando cuenta que mis ganas de ser monja era sólo una manera de decir que quería ser diferente a lo que veía a mi alrededor.
Entre mis rarezas, entendida la palabra no como una extravagancia gratuita, sino como algo que casi nadie que yo conociera hacía, estaba escuchar un programa de radio que salía por las tardes (no sé porque siempre me recuerdo sentada en el coche, no sé a donde iba a esa hora de la tarde todos los días, quizá a aquellas colonias perdidas, suburbanas, donde pasaba la mayor parte de mi tiempo con los niños en las últimas épocas de mi vida en Juárez. La estación (emisora) en realidad no era nada alternativa, ni siquiera original, simplemente era la única donde se escuchaba a Silvio y Pablo, trova cubana, cantautores, canciones sociales. Había una canción que decía algo así como: la vida se va como el agua por el lavadero. Deprimente. También salía una que otra vez Luz Casal, perseguida por un orangután. Mi época de Flans, Bonjovi, Pandora y Madonna había pasado (bueno, Madonna no). Víctor Manuel y Ana Belén, mírala, mírala, mírala, la puerta de Alcalá...tan lejana todavía. Guadalupe Pineda, que destrozó la canción de Pablo “Yolanda”, cambiando el Yolanda por TE AMO, cantaba una canción triste, extraña (para mí) una canción sobre amores clandestinos. El diario no hablaba de ti ni de mí. Se llamaba Eclipse de Mar. También le cambió la letra, la hizo más light; quitó la frase: que han pillado un alijo de coca, y también aquélla frase sobre la huelga de las putas en Moscú. Así entró en mi vida Sabina, a través de Guadalupe Pineda.
Eran mis últimos meses en Juárez, luego entré a la Universidad y ya era menos rara. Todo lo que me parecía dark, alternativo, underground, era de lo más normal y corriente (después de conocer a Juan Gabriel, mi compañero de clase, todo me parecía de lo más común, menos él. Después he conocido a cada persona extraña que Juan Gabriel también terminó por ser gente normal). Ya podía encontrar gente que escuchaba a The Cure.
En el primer semestre de la Universidad, Gustavo Loza hizo su primer vídeo en una clase sobre la canción Medias Negras. Era un poeta (Joaquín, no Gustavo, ese es cineasta, todavía) que se atrevía decir las cosas que hacemos y pensamos y no nos atrevemos a decir (quién más dice: De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría, por ti la vida entera...y sin embargo un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera....)
La canción favorita que teníamos Gerardo y yo (Zorrilla, sí) era Mentiras Piadosas (yo le quería decir la verdad por amarga que fuera, que el universo era más ancho que sus caderas). Pasábamos horas escuchando a Sabina, desgajando cada una de sus frases, poniendo ejemplos, recordando aventuras a las que siempre se le podía aplicar alguna cosa que Sabina ya había dicho. Aprendí muchas cosas en esa época de la Universidad. Aprendí sobre todo que también a mí me pasaban esas cosas que canta Sabina, que pasan todos los días y por tanto, no soy rara, ni excéntrica ni autista, ni dark, ni underground. Soy tan normal que me veo reflejada en esas canciones.
Recordar a Benja y a Lara, a Peque, a Canek, a Galo, también me lleva irremediablemente a Sabina. Hemos pasado más de 19 días y 500 noches escuchando una y otra vez Yo, mi, me contigo, o Esta boca es mía, encontrando referencias de unas canciones en otras, personajes, lugares, frases repetidas, metáforas.
Luego pongamos que hablo de Madrid, la primera vez, el Madrid de Sabina, el barrio de Lavapiés, el Hostal Pereda (ese es mío, pero tiene mucho de ambiente de canción de Sabina), la plaza de Tirso de Molina. Me bajé en Atocha y me quedé.
¿Quién me ha robado el mes de abril, Joaquinito? Has sido tú, claro. Mira que eres canalla, (aunque ese era Luis Eduardo). Eso mismo fue lo que yo le pregunté.
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