20.2.05

Carta de una desconocida

Carta de una desconocida es un hermoso relato de Stefan Zweig llevado al cine por primera vez en 1948 por Max Ophüls. En esta ocasión una china, Xu Jinglei, dirige y actúa el remake de la conmovedora historia del amor imperturbable y entregado de una mujer durante 18 años hacia un hombre que no la conoce. Peor aún, no la reconoce. Un escritor famoso recibe el día de su cumpleaños una carta que adivina larga por lo abultado del sobre. Después de cenar, se acomoda en el sillón, intrigado por la extensión y la falta de remitente de la carta. En ella una mujer le dice “mi hijo ha muerto ayer”. Así comienza el relato de su vida y le suplica “No debes temer mis palabras; una muerta no quiere ya nada: ni amor, ni compasión, ni consuelo. Sólo deseo algo de ti, y es que creas todo lo que mi dolor, que en ti se refugia, te dice. Créeme todo; sólo ése es mi ruego; no se miente a la hora de la muerte de un hijo único”. Después el relato se remonta a muchos años antes, cuando ella tenía trece años y faltaban pocos días para conocerlo. Es curioso para los que leímos antes la novela de Zweig, haber imaginado la historia en Viena con un frío limpio y claro, y después verla en la pantalla con ese preciosismo característico de las nuevas películas chinas y la nostalgia de los acontecimientos de 1930 a 1948, incluida la guerra con Japón. La conclusión a la que llegué al terminar de ver la película es que la historia de Zweig es tan universal que puede pasar en cualquier época, en cualquier parte del mundo. Es interesante el ejercicio de ubicar a los personajes, la casa del escritor o la mujer en diferentes épocas, con diferentes caras y ropas, en diferentes ciudades y contextos históricos. Una historia que se puede traducir a imágenes de mil formas distintas.
La actriz que interpreta a la desconocida es también la directora lo cual le imprime una perspectiva femenina: esto me puso a reflexionar como Stefan Zweig se mete tanto en el personaje que las palabras parecen brotar verdaderamente de un alma femenina. Muchas veces ha sido objeto de debate si un escritor escribe de manera “femenina” (aquí siempre se pone como ejemplo a Gabo, es quizá por eso que tenga más “copiadoras” que “copiadores”) o una escritora de manera “masculina” (aquí yo pondría de ejemplo a Marguerite Yourcenar) un debate que sinceramente me parece ocioso pero en en caso de tenerlo, y por comentarios sobre otras novelas de Zweig, creo que no se dudaría en calificarlo como escritor “femenino”.

El libro se lee en menos tiempo que la duración de la película, tendrá entre ochenta y noventa páginas y es una joyita. La película también es preciosa y por primera vez en mi vida voy a recomendar verla doblada. Acá todas las peliculas son dobladas lo cual suele molestarme porque algunos chistes no se entienden y algunas voces son irremplazables, pero en este caso, como ni entiendo chino ni me gusta como suena, el tener el sonido de un lenguaje que no te gusta ni entiendes puede restarle romanticismo a una película llena de él, y como conozco a muchos que tampoco son unos seguidores fervientes del chino de ahí viene mi recomendación. Claro, los habrá que adoren en el idioma y algún perdido que hasta lo conozca, ese sí que se la vea completita en versión original, siempre queda una sensación muy agradable de ver las películas en el idioma en que fueron hechas y yo suelo tener poco esa sensación últimamente.

Luego viene una reflexión, la reflexión que nace de ser un desconocido o desconocida para algunas personas que se topan continuamente contigo. Yo recuerdo muchas caras, aunque soy malísima para recordar nombres. Algunas veces he visto personas (me pasaba sobre todo en la Universidad, que fue la época de mi vida más social pasar todos los días frente a mí y ellas no me veían a mí, o si me veían no me reconocian. Esos pequeños encuentros y desencuentros que suceden entre desconocidos. Ejemplos, muchos: había un chico alto y delgado que iba en varias de mis clases de literatura en la UNAM. No hice amigos en la UNAM porque llegaba directamente a la clase y me iba, y las pocas veces que duraba más tiempo ahí era para meterme en la biblioteca. No solía entrar en discusiones dentro de las clases, así que supongo que fui un fantasma en los grupos que me tocaban. Pero a este chico me lo encontré una vez, no lo van a creer, en el metro TACUBAYA, precisamente en la intersección entre tres líneas, la naranja, la rosa y la café. Se paró a saludarme, lo cual me pareció extrañísimo, porque en mi vida había hablado ni una palabra con él. Después de varios encuentros en los lugares más extraños y lejanos de la UNAM, otras veces cercanos (una pesera en Coyoacán o en Bellas Artes), el domingo antes de dejar la ciudad por última vez (como residente, se entiende) decidí ir a despedirme de mis plácidos domingos coyoacanenses. No suelo hacerlo, pero esta vez me senté en el Rincón de los Milagros, que es donde mejor panorama tenía del Jardín Hidalgo. El camarero era, cómo no, el compañerito de la UNAM. Al principio me atendió de manera impersonal, hacía tiempo que no iba ya a la UNAM y mucho más que no lo veía, así que pensé que se había olvidado de mí. Pero era mi último día, así que le pregunté. Y sí, me dijo, claro, de la Facultad de Letras de la UNAM. Ni qué decir que no sé su nombre y el tampoco sabe el mío.

Ese es un solo ejemplo, pero como contaba, de la época de la Ibero tengo muchos y también de mi etapa voy-a-tomarme-mi-café-en-“El-mundo”. Mucha gente se ha cruzado en mi camino varias veces y sería incapaz de reconocerme. Y también sucede al revés, de repente alguien totalmente desconocido para mí se acerca y resulta que me ha visto tanto que ya siente que somos amigos. Claro, todo esto que cuento no llega ni por un poco al extremo de la Carta de una desconocida de Zweig, pero sí me lleva a esa reflexión de toda la gente que se cruza en tu camino o tú en la de ellos y continuamos adelante siendo totales desconocidos.