12.2.05

A las seis de la mañana

¿Cuántos de ustedes han tomado el transporte público a primera hora de la mañana, cuando todavía no ha amanecido, un sábado o un domingo? Por lo general, a esa hora los olores son más concretos, más definidos y más penetrantes, y por lo general no son agradables (como dice Joaquín Sabina a las seis de la mañana la vida huele a aserrín y a sueldo de camarero). La única excepción que se me ocurre es el olor del pan o del café recién hecho que emana de los primeros puestos que abren desde temprano generalmente los que están dentro de estaciones de metro.

Por lo general los que se suben a un autobús o el metro al amanecer de un fin de semana, suelen ser grupos de chicos que vienen de una noche de fiesta. Esto lo he visto mucho en Madrid, muchos de ellos viven lejos y esperan a que abran el metro para volver a sus casas después de haber pasado una noche de marcha por el centro. Los que vienen en grupo, por lo general, siguen igual de divertidos (y borrachos) que hace unas horas, digamos que prolongan la fiesta hasta llegar al punto donde todos tienen que separarse. Estos por lo general huelen, obviamente “a cabaret” jajajaja (alcohol, cigarro y hombres, como le dijeron a Sofía, lo cual ya se ha convertido en leyenda urbana). También hay los que vuelven solos a casa, y no se descarta que algunos ni siquiera puedan ponerse en pie. También es típico que tomen al pobre conductor como sujeto de sus risas, lo cual no le debe hacer ni pizca de gracia al pobre hombre que es el primer en entrar a trabajar para que los chicos puedan llegar a sus casas sanos y salvos. Alguna vez quizá me he incluido en este grupo, aunque ahora no recuerdo concretamente dónde y cuándo.

También están los inmigrantes o jóvenes que trabajan 12 horas al día incluidos sábados y domingos. Estos a veces huelen al bocadillo que llevan para el almuerzo. En esta ocasión, mientras veo amanecer a través del cristal y escucho las risas de los chicos que están en la parte de atrás de la “villavesa” (así llaman los pamploneses a los autobuses) me incluyo en este grupo. No porque trabaje 12 horas al día, pero esta vez me ha tocado ir a cuidar a Martín y Josune (para los que no lo sepan, los niños a los que llevo a la escuela de martes a viernes) temprano y he tenido que ir en el primer autobús que sale de Arre, a las siete y cinco, porque esta vez Carlos no podía llevarme como siempre hace. Por lo general las caras de estos son tristes y cansadas, como la de los hombres que vuelven del trabajo en una pesera a las diez de la noche (también he estado en ese grupo). Es curioso, pero a pesar de haberlo hecho muchas veces, siempre que veo a estas personas me deprimo, porque por lo general mi situación es o ha sido transitoria, mientras que esas personas llevan en la cara muchas madrugadas o muchas noches haciendo una y otra vez lo mismo y tampoco se les ve una fecha de término: seguramente pasarán toda su vida igual.

También hay uno que otro empollón que va a la escuela, ya sea a la biblioteca a estudiar oposiciones, o a hacer o preparar algún examen, de este tipo había muchos en el metro copilco o universidad, que se caracterizaba por su olor a bisquets con mantequilla.

Otro tipo de personas que viaja a esta hora son los turistas, sobre todo en las líneas que van a algún aeropuerto, estación de tren o de autobús. Recuerdo por ejemplo el bus que tuve que tomar para llegar a una estación de metro para llegar a un aeropuerto en Londres. Estos, además del madrugón, tienen que cargar con una o varias maletas, por lo general más grandes o más pesadas de lo recomendable. Uno de los lugares más tristes, deprimentes y sobre todo malolientes que recuerdo es una estación del metro de París (estación Voltaire) a primera hora, cuando lo único que hay a tu alrededor son clochards que duermen en los portales y perros callejeros. Quizá no sea la mejor manera de llegar por primera vez a París, a las seis de la mañana y en metro. Por lo general, por lo menos en mi caso, ver amanecer a través de un cristal de autobús o dentro de un vagón de metro me deja una sensación de resaca moral, aunque el día de hoy fue bastante agradable y sentir por primera vez en muchos días una “sensación térmica” mayor a la de todas las mañanas desde hace semanas. Diez grados y el olor a humedad que dejó una llovizna nocturna me recuerda a California y todavía no sé por qué. También me recuerda a excursiones en en Colegio. La sensación de caminar mientras amanece, con diez grados en los térmometros hace que no sienta ese malestar, esa tristeza que a veces da andar en la calle un sábado o un domingo a las seis de la mañana.