12.8.05

Santiago

Santiago de Compostela es una ciudad que lleva en el nombre el camino y su culminación; la ilusión y el cansancio; el pasado y la esperanza. Santiago es una ciudad que gira en torno a un solo nombre, su propio nombre, con todo lo que significa: sepulcro, peregrinación, perdón y fe. La catedral es el centro de la ciudad, el centro de la vida, el punto referente que se ve desde cualquier parte; todo existe por y para ella y su ilustre y enigmático huésped.

Después de siete horas de camino recorrido, desde uno de los primeros puntos en donde los peregrinos que vienen de Francia o Roncesvalles hacen una parada para descansar, a dos pasos de mi pasa, desde el puente medieval que termina en la Iglesia de la Trinidad de Arre, me sorprende que Santiago esté tan lejos y tan cerca. Cerca para mí, que he recorrido el camino confortablemente en coche, lejos para aquellos que por la mañana empezaron a caminar desde el mismo punto de donde salí y tardarán un mes o más en llegar a donde estoy ahora. Debe necesitarse mucha fe para emprender este largo camino andando.


Siento decirlo, pero a pesar de estar preparada para ello, la catedral de Santiago me descepcionó, pues tiene todas las condiciones que ya describí para ser una iglesia poco confortable, sin quitarle su mérito arquitectónico, artístico, cultural y religioso. En el defecto lleva la virtud, pues a pesar del síndrome Disneylandia que significa visitarla, no puedo dejar de pensar cuántos de estos hombres y mujeres que hacen largas filas para besar una piedra o abrazar una imagen del santo apóstol han sido guiados por un verdadero fervor, por un verdadero sentimiento espiritual que los ha hecho caminar tanto para llegar hasta aquí.Siento respeto al mismo tiempo que decepción y admiración. Tal vez lo que pasa es que fue demasiado fácil para mí llegar aquí como para apreciar lo que significa, pero lo cierto es que esta catedral no me mueve al recogimiento ni a la reflexión, no me da la impresión de refugio, mucho menos me mueve a un encuentro con las profundidades de alma (Qué cerca estaba de sentirlo, sin saberlo).

Asi que hice una visita más bien turística (síndrome Disneylandia) a la catedral, sin embargo, seguía igual de emocionada que al principio de estar ahí, por fin. Además, cabe recordar que era una visita de agradecimiento, por lo que agradecida con la propia ciudad y su ambiente recorrimos las callejuelas empedradas alrededor de la catedral que tanto me recuerdan a otros lugares ya visitados, quizá Guanajuato, quizá Taxco, no lo sé, pero Santiago tiene algo familiar que me hace sentirme como si ya hubiera estado ahí antes. En toda la ciudad se respira la hospitalidad de aquellos acostumbrados a ver extranjeros perdidos y reencontrados, cansados y sedientos. El gallego tiene un carácter cercano y amable, ese carácter que quizá le imprime la cercanía de la naturaleza exuberante y bella. No sé si esa es la razón, pero es extraño que una región golpeada por el hambre y por otras desgracias (como el propio mar que le da de comer) siga siendo tan cálida.