Un lugar de la Mancha
En un boletín de noticias literarias leí que tras dos años de estudio, investigadores llegaron a la conclusión de que el pueblo de Villanueva de los Infantes (provincia de Ciudad Real) es aquél lugar de la Mancha de cuyo nombre Cervantes no quería acordarse. Llegaron a esto, entre otras cosas, gracias a la velocidad de Rocinante y Rucio (no es broma).
La noticia me recordó aquella desdichada ocasión en que me enamoré del Pijoaparte. Estaba tan enamorada que sufría mucho por él y esperaba que Teresa no le hiciera daño, no se aprovechara y se enamorara sinceramente a pesar de sus diferencias sociales. Pero no podía dejar de lado el hecho obvio y contundente de que la novela se llama Últimas tardes con Teresa, y en el título lleva implícito un final que no era precisamente el que yo esperaba, o más bien, el que yo deseaba. Eso me dejaba desolada. Me demoraba página tras página, no quería terminar la novela pues sabía que pasara lo que pasara, el hecho era que el Pijoaparte se quedaría sin su Teresa. A veces la literatura es tan implacable como la muerte. Por mucho que juegues con la imaginación, que vayas y vengas, estudies, investigues, indagues, busques, inventes, llores, rías, te enamores y sufras, lo cierto es que lo escrito escrito está, y tú no vas a cambiarlo.
Algunos autores, como Hemingway, dejan lo más importante sin escribir. Su literatura se basa en lo no dicho, en la lectura entre líneas, lo que pone al lector en el importantísimo papel de completar, por decirlo de alguna manera, lo que lee (la Obra Abierta de la que habla Umberto Eco). En los silencios y en los vacíos es en donde se deben buscar las respuestas. Sin embargo, debemos saber que sea cual sea la respuesta que encontremos, lo cierto es que la última palabra la dice el autor y cualquier cosa que se nos ocurre es objetiva y personal. La única realidad palpable es la que está en el papel (hablo de literatura, exclusivamente eh).
Así que podemos llegar a cualquier conclusión, “saber” de qué huían los hermanos de Casa Tomada (el cuento de Cortázar), imaginar como es un axolotl, un cronopio o un fama, podemos imaginar finales cerrados para finales abiertos, pero como dice Sabines “no lo sé de cierto, lo supongo”. Para suponer tenemos carta abierta. Pero algunas respuestas sólo las tiene el autor.
La noticia sobre el pueblo de la Mancha al principio me sorprendió, luego me hizo reír, me pareció un poco absurdo. Porque los escritores también tienen derecho a guardar sus secretos. Si las palabras disfrazan verdades reveladas, terribles o hermosas, sólo el escritor sabe a lo que se refiere. Los demás sólo podemos conjeturar, suponer o creer que tenemos la respuesta correcta, pero no la sabemos, y quizá tampoco valga la pena saberla. Es el misterio y la magia de la literatura.
Pues sí, diez investigadores, durante dos años, se dedicaron a investigar dónde estaba el lugar de la Mancha y además, les pagan por hacerlo.
Como habrán supuesto, todo esto lo escribo por puritita envidia, qué más quisiera yo que me pagaran por eso, por averiguar lo que quiso decir una persona muerta hace siglos y que quiso llevarse su secreto a la tumba.
No creo que gane nada, ni tampoco creo que se pierda nada con saberlo o dejar de saberlo (como digo una cosa digo otra, dijo la Chimoltrufia).
Creo que si Cervantes hubiera querido que lo supiéramos, nos lo habría dicho.
Y nos habríamos quedado sin las primeras líneas más famosas de la historia de la literatura.
La noticia me recordó aquella desdichada ocasión en que me enamoré del Pijoaparte. Estaba tan enamorada que sufría mucho por él y esperaba que Teresa no le hiciera daño, no se aprovechara y se enamorara sinceramente a pesar de sus diferencias sociales. Pero no podía dejar de lado el hecho obvio y contundente de que la novela se llama Últimas tardes con Teresa, y en el título lleva implícito un final que no era precisamente el que yo esperaba, o más bien, el que yo deseaba. Eso me dejaba desolada. Me demoraba página tras página, no quería terminar la novela pues sabía que pasara lo que pasara, el hecho era que el Pijoaparte se quedaría sin su Teresa. A veces la literatura es tan implacable como la muerte. Por mucho que juegues con la imaginación, que vayas y vengas, estudies, investigues, indagues, busques, inventes, llores, rías, te enamores y sufras, lo cierto es que lo escrito escrito está, y tú no vas a cambiarlo.
Algunos autores, como Hemingway, dejan lo más importante sin escribir. Su literatura se basa en lo no dicho, en la lectura entre líneas, lo que pone al lector en el importantísimo papel de completar, por decirlo de alguna manera, lo que lee (la Obra Abierta de la que habla Umberto Eco). En los silencios y en los vacíos es en donde se deben buscar las respuestas. Sin embargo, debemos saber que sea cual sea la respuesta que encontremos, lo cierto es que la última palabra la dice el autor y cualquier cosa que se nos ocurre es objetiva y personal. La única realidad palpable es la que está en el papel (hablo de literatura, exclusivamente eh).
Así que podemos llegar a cualquier conclusión, “saber” de qué huían los hermanos de Casa Tomada (el cuento de Cortázar), imaginar como es un axolotl, un cronopio o un fama, podemos imaginar finales cerrados para finales abiertos, pero como dice Sabines “no lo sé de cierto, lo supongo”. Para suponer tenemos carta abierta. Pero algunas respuestas sólo las tiene el autor.
La noticia sobre el pueblo de la Mancha al principio me sorprendió, luego me hizo reír, me pareció un poco absurdo. Porque los escritores también tienen derecho a guardar sus secretos. Si las palabras disfrazan verdades reveladas, terribles o hermosas, sólo el escritor sabe a lo que se refiere. Los demás sólo podemos conjeturar, suponer o creer que tenemos la respuesta correcta, pero no la sabemos, y quizá tampoco valga la pena saberla. Es el misterio y la magia de la literatura.
Pues sí, diez investigadores, durante dos años, se dedicaron a investigar dónde estaba el lugar de la Mancha y además, les pagan por hacerlo.
Como habrán supuesto, todo esto lo escribo por puritita envidia, qué más quisiera yo que me pagaran por eso, por averiguar lo que quiso decir una persona muerta hace siglos y que quiso llevarse su secreto a la tumba.
No creo que gane nada, ni tampoco creo que se pierda nada con saberlo o dejar de saberlo (como digo una cosa digo otra, dijo la Chimoltrufia).
Creo que si Cervantes hubiera querido que lo supiéramos, nos lo habría dicho.
Y nos habríamos quedado sin las primeras líneas más famosas de la historia de la literatura.
1 Comments:
este blogg ya huele.
deja la hueva y escribe chinga.
que crees que la vida es gratis o que?
a.s.
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