5.7.05

Con una media y un calcetín (Pamplona en blanco y rojo)

En Pamplona el aire huele de un modo distinto. Los expositores que anuncian las rebajas de verano se pintan de blanco y rojo, de la mayoría de los comercios cuelga el cartel de cerrado por vacaciones, las herramientas, las grúas y los trabajadores que todo el año embellecen la ciudad han sido guardados, las banderas se sacan al balcón, los guiris caminan ya por las calles con sus botellas de cerveza o vino en la mano. Faltan unas horas para que el momento más esperado del año llegue por fin: el txupinazo que marca el inicio de La Fiesta. La Fiesta o Las Fiestas no necesita más adjetivos, la mayúscula lo dice todo.

Los sanfermines, La Fiesta, tiene un lenguaje propio: txupinazo, Riau Riau, pañuelico rojo, gigantes y kilikis, el toro de fuego, Cebada Gago, las canciones del verano, las barracas, Pablo Hermoso de Mendoza, el Juli, la calle Estafeta, Dolores Aguirre, la fuente “de donde se tiran los guiris”, el encierro, Hemingway, las peñas; palabras que están en la boca de todos pero que cobran realmente vida cuando sube el telón el 6 de julio y sólo se guardan de nuevo en el cajón nueve días después, cuando se canta el “Pobre de mi” y todo vuelve a la normalidad, la ciudad vuelve a ser tranquila y limpia, vuelve a ser la Pamplona de toda la vida, la que tiene por delante trescientos y tantos días para poner linda la ciudad, hacer apuestas sobre quién dará el txupinazo, como será la camiseta del Kukuxumusu 2006, quién ganará el concurso del diseño del cartel que anuncia la fiesta.

Los sanfermines me parece una fiesta de lo más contradictoria, que no acabo bien de entender; es esencialmente religiosa (se supone que celebramos a uno de los patronos de Pamplona, San Fermín), una fiesta en medio de una ciudad con una gran tradición católica y con muchos adeptos (¿o cómo se les llaman?) del Opus Dei y que dedica nueve días a violar sistemáticamente todos y cada uno de los diez mandamientos. Es como un carnaval, pero no como preludio a una fiesta religiosa, sino que es el programa mismo. Lo cierto es que hay de todo, (y cuando digo de todo, es de todo), empezando con las procesiones y las liturgias a San Fermín y terminando con la parte más extraña del conjunto, pero al mismo tiempo la más tradicional, el encierro. Tan contradictoria como la fiesta es mi opinión sobre ella. Más que opinión, es mi emoción, porque como he dicho, no me puedo forjar una opinión medianamente estudiada de algo que no entiendo, pero lo que vivo, lo que siento en esta mi cuarta presencia sí lo puedo decir y es eso, un cúmulo de emociones contradictorias. Por ejemplo; me encantan los toros, me encanta verlos correr en el encierro, y me encanta verlos entrar con toda la fuerza que tienen en la Plaza, ya sea cuando vienen de correr el encierro, como cuando entran a la corrida de toros. Pero no puedo dejar de pensar, mientras corren, que esos toros dentro de unas horas van a morir, y que, como en la época de los romanos, la diversión principal consiste precisamente en verlos morir. Lo más curioso es que un día antes un colectivo de protectores de animales hace un “encierro humano” con gente desnuda corriendo por la ciudad protestando en contra del maltrato a los toros. La expectación que inunda la ciudad, la emoción es contagiosa. Una fiesta donde parece que lo único que se ve son borrachos pero que la mayor parte de las actividades que se programan son para los niños.

Jubilados que dejan el “txiquito” y la mesa del mus para recorrer juntos los bares de “lo viejo” y cantar y bailar como cualquiera la canción del verano, PTV's, guiris que acampan en el parque de la Taconera y en la Vuelta del Castillo, bebés que estrenan alpargatas, pañuelico tamaño mini y su primera faja, cuadrillas que nunca tienen tiempo de verse durante el año porque cada quién hizo su vida pero que asisten religiosamente a su almuerzo del día seis, peregrinos que van a Santiago y hacen un alto en el Camino para vivir la fiesta, gitanas que te leen la mano (el timo más típico), carteristas, hippis, mozos corredores del encierro, piratas disfrazados de gente decente, gente decente disfrazada de gamberros....el personal es variado, ecléctico y heterogeneo aunque se vista igual. También en los invitados a la fiesta hay de todo.

Pensando en México, creo que el Txupinazo podría equipararse a “El grito” del 15 de septiembre, un ciudadano ilustre sube al balcón del ayuntamiento, grita tres vivas a San Fermín y tira el cohete que anuncia a la ciudad el comienzo de las fiestas. El resto, la fiesta en sí, me recuerda un poco al Cervantino, con menos cultura y más color blanco y rojo, tal vez un poco más de bares y un poco más de gente de todas las edades pero el mismo caos, la misma locura, el mismo desmadre.

El reloj de la página web de Kukuxumusu marca que faltan 18 horas, 15 minutos, 32 segundos. Mañana a esta hora, en Pamplona nadie sabrá como se llama ni de donde es, todos sabremos si Madrid será ciudad olímpica o no, Armstrong estará a un día menos de ganar el Tour de Francia, los tendederos de los que hoy colgaba la ropa blanca estarán vacíos, el pañuelico habrá dejado de estar en la muñeca y estará en el cuello, algunos aprovecharán para irse a la playa, los más estarán en algún bar del casco viejo cantando y bailando, la ciudad tendrá su cuota de explosión demográfica más alta del año (en sanfermines alberga hasta su cantidad de habitantes multiplicado por seis), la lluvia probablemente intentará frustrar la fiesta pero todos la tomarán como un elemento más de diversión; mañana a esta hora faltarán muchas horas para irse a dormir, y nadie estará pensando cuantos días, horas y minutos faltan para San Fermín.

1 Comments:

At 8:20 p.m., Anonymous Anónimo said...

Creo que ya entendí lo de La Fiesta, creo que me encantaría estar ahí,,. . . solo por un rato

 

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