Para todo lo demás, está Mastercard
Entradas para la final de la Copa del Rey, 70 euros.
Billete de tren Pamplona-Madrid, 50 euros
Bufanda conmemorativa con las banderas de los dos equipos finalistas, 9 euros.
Vivir los momentos previos al partido con el equipo contrario, no tiene precio.
Viernes 10 de junio. Plaza de Santa Ana, Madrid. 11 de la noche.
Comienza la toma de Madrid. Los bares empiezan a mostrar los colores verde y blanco, mientras que los madrileños aparecen como meros espectadores, los sevilanos ("no es lo mismo ser sevillano que ser sevillista") son desde esta noche los protagonistas absolutos. Salen de todos los bares, de todos los antros, de todas las calles. Emergen de todas las partes, bailan, cantan, corean y obligan a los madrileños a replegarse. Hoy empieza lo que será su fin de semana, empieza la cuenta atrás. Están por todas partes, y no se esconden, sino que se muestran orgullosos de su equipo.
Sábado 11 de junio. Madrid. 6 de la tarde.
La avalancha verde y blanca continúa, se hace más compacta y mucho más exaltada. Han pasado 19 horas y se han multiplicado por cien, por mil, cada vez hay más. Parece que nosotros, apenas unos veinte, nos hemos equivocado de camino. No aparecen rojillos más que muy de vez en cuando, rodeados de los béticos que nos abrazan, nos desean suerte, nos dan ánimos, nos apoyan casi tanto como a su propio equipo. En el tercer bar, Carlos se me pierde. Pero no, no está perdido, es que ha cambiado la camiseta por una verdiblanca, por lo que es más díficil de encontrar, todos van igual que él. Se toman fotos y se intercambian los correos electrónicos. Nos invitan a su ciudad, invitación que yo alegremente estoy dispuesta a convertir en proyecto. El corazón que va a Triana, nunca volverá.
Duelo de Vírgenes y Santos, en esta esquina San Fermín, San Francisco Xavier y San Saturnino, en el otro nuestras señoras de Triana y la esperanza de la Macarena. Fervor apasionado, casi religioso, porque el fútbol es a veces como la religión, sólo que más apasionado.
A mi hermano no le gusta el fúbol, no entiende como puede tener interés 11 locos tras un balón. Yo creo que sí lo tiene, el buen fútbol tiene que tener una mezcla perfecta de imaginación, agilidad, rapidez y fuerza. El fútbol, como bien dicen Menotti y Valdano, es un espectáculo. Pero hoy el espectáculo está en la calle, está en la parte irracional, emotiva del fútbol. Está del lado de la afición. Yo tampoco entiendo a veces como desata tantas pasiones, pero me dejo llevar plácidamente por ellas. Los hermosos ojos de los andaluces, su gracioso acento, son la guinda del pastel. En el cuarto bar, ya casi somos del Betis, o por lo menos ya se nos olvidó que estamos ahí para apoyar a los rojillos.
Momento cartablanca: las caras de los jugadores béticos cuando llegan al estadio, al ver a su afición. Da vértigo. A mi me emociona más ver a Serra Ferrer en persona que ver a Bustamante cantando dentro del estadio. Está claro que preferimos quedarnos afuera hasta el último minuto, porque como he dicho, el espectáculo está en la calle.
Y ahí se quedó. No entró con nosotros al estadio, ni la pasión, ni esa mezcla de agilidad, imaginación, rapidez y fuerza. Vinieron todos al estadio, menos el anfitrión, el fútbol. Al final del primer tiempo, se me ocurrió decir: esto se decide por un gol de chiripa, o nos vamos a penales. Ya me lo había dicho Erasmo, calladita me veo más bonita (o como leí en una novela "perdí mi oportunidad de quedarme callada"). Porque fue tal y como lo pronostiqué, el gol de chiripa llegó (los dos goles de los béticos fueron lo que yo llamo "goles tontos", sin jugada, casi sin querer, sin darse cuenta ni los atacantes ni los defensas, sin fútbol) y se llevó la copa para ellos. Pero los aficionados de Osasuna también tuvieron un papel, un papel importante. Aprendí lo que es saber perder. Saber perder es esto, es seguir apoyando a tu equipo hasta el final, consolar a los jugadores sin esperar el consuelo de su parte, es demostrarles que a pesar del fracaso estamos ahí por ellos, es aplaudirles con respeto por el esfuerzo y la ilusion que duró 115 minutos, aproximadamente. Saber perder es aplaudir con el mismo respeto al ganador, mantenerte en tu lugar y vivir su emoción y su triunfo con ellos. Es refrendar la amistad que se dio a lo largo de los bares camino al Vicente Calderón.
También aprendí lo que es saber ganar. Ya fuera del campo, la actitud de los béticos no cambió. No hubo arrogancia, ni se vanagloriaron. Nos ofrecieron su brazo para llorar, aceptaron humildemente nuestra enhorabuena, siguieron los intercambios de camisetas, pulseras, bufandas, abrazos, canciones y copas.
Musho Betis, quillos.
1 Comments:
Maga, yo también estuve allí y lo viví tal como lo cuentas. Aunque siempre es duro recordar las derrotas, me ha gustado mucho tu descripción de la final.
Aupa Rojos.
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