Para Juliette
Hoy recibí una postal de un país lejano. Aunque a decir verdad, en últimas fechas todos los países me parecen lejanos. Es una pequeña isla rodeada de un mar de cristal, transparente, un lugar a donde dos personas que se quieren fueron a confirmar su proyecto de vida juntos. Todos tenemos un lugar especial, un rito, una forma de demostrar nuestro compromiso, ya sea a un amor, a una ilusión, a un sueño, a una forma de vida o a nosotros mismos. Recordamos el momento, el instante preciso y el lugar donde ratificamos esos compromisos, porque claro, solemos escoger con cuidado el lugar o la forma, aunque a veces nos cae de sorpresa y a partir de ese momento, lo que es una situación fortuita nos parece que fue el destino lo que nos llevó hasta ahí. Podemos ir a un lugar lejano o realizarlo en la intimidad más cercana, podemos hacerlo en la más estricta soledad o frente a un gran público, modemos llevar algo exterior que nos identifique o llevarlo dentro de nuestro corazón; podemos hacerlo como, cuando, donde y con quien queramos: el compromiso es lo que realmente importa, y después, la forma en que decidimos comprometernos.
La isla, Bora Bora (creo) es un hermoso lugar de arena blanca y un mar lleno de paz, donde parece que el tiempo no pasa o pasa con la suficiente lentitud como para saborearlo, un lugar donde, según dice la postal, puedes ver debajo de tus pies los peces de colores que nadan, donde el arcoiris surge de la montaña y la luna parece mayor y más luminosa. Quizá soy poco romántica, o quizá lo contrario, pero lo que realmente me emocionó al recibir la postal con pequeños fragmentos de paraiso, no fueron las imágenes, sino lo que venía detrás: una letra conocida, una mano feliz que me recuerda y me permite compartir ese pedazo de felicidad que envía desde el otro lado del mundo.
Anoche, al despertar como cada noche (siempre despierto tres o cuatro veces), la luna era un cuarto menguante inmenso, casi tanto como en las noches de luna llena, ocupaba todo el horizonte e iluminaba con una luz amarilla muy intensa, todo alrededor. Podía ver con claridad los campos de trigo, los tejados de las casas, el campanario de la iglesia, las ventanas cerradas. Creo que todos tenemos un pequeño trozo de paraíso, si tenemos el ánimo y los ojos para descubrirlo.
Gracias Julieta. Sé feliz, porque aunque suene un poco egoísta, eso contribuye a mi propia felicidad.
P.D. Te equivocas, no faltan ustedes en la postal. La imagen de la esquina inferior derecha, los pies en una hamaca, me ayudan a imaginar perfectamente que si recorro la vista más arriba, están ustedes dos ahí.
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