30.8.05

Retorno

Primero, la resaca de los Sanfermines. Después, una sucesión de extraños acontecimientos informáticos, llamense virus, gusanos o como sea. Luego un corto pero sustancioso viaje a Galicia. Finalmente, una noticia inesperada desde Juárez, que me quitó las ganas de ponerme a escribir tranquilamente. Para escribir se necesita paciencia, sobre todo cuando se tienen que buscar las palabras adecuadas y que nos gusten para decir lo que queremos decir. Pero ya sé que todo eso es sólo un pretexto. Mi primo, que hace unos días me recordó que tengo una página en donde escribo y en donde hace ya un mes no aparece nada. Así que intentaré volver, aunque ahora estoy preparandome para volver a Juárez por unos días. Pero pondré aquí algunas cosas que escribí en estos días pero que por algunos de los pretextos mencionados no he podido trasladar a la página. Gracias por esperar y por lo que veo, algunos, gracias por seguir visitandome a ver si había por aquí algo nuevo. Cosas nuevas, muchas, pero todas en borrador.
Bueno, el caso es que aquí sigo, y volveré a escribir muy pronto. Saludos a todos.

12.8.05

Santiago

Santiago de Compostela es una ciudad que lleva en el nombre el camino y su culminación; la ilusión y el cansancio; el pasado y la esperanza. Santiago es una ciudad que gira en torno a un solo nombre, su propio nombre, con todo lo que significa: sepulcro, peregrinación, perdón y fe. La catedral es el centro de la ciudad, el centro de la vida, el punto referente que se ve desde cualquier parte; todo existe por y para ella y su ilustre y enigmático huésped.

Después de siete horas de camino recorrido, desde uno de los primeros puntos en donde los peregrinos que vienen de Francia o Roncesvalles hacen una parada para descansar, a dos pasos de mi pasa, desde el puente medieval que termina en la Iglesia de la Trinidad de Arre, me sorprende que Santiago esté tan lejos y tan cerca. Cerca para mí, que he recorrido el camino confortablemente en coche, lejos para aquellos que por la mañana empezaron a caminar desde el mismo punto de donde salí y tardarán un mes o más en llegar a donde estoy ahora. Debe necesitarse mucha fe para emprender este largo camino andando.


Siento decirlo, pero a pesar de estar preparada para ello, la catedral de Santiago me descepcionó, pues tiene todas las condiciones que ya describí para ser una iglesia poco confortable, sin quitarle su mérito arquitectónico, artístico, cultural y religioso. En el defecto lleva la virtud, pues a pesar del síndrome Disneylandia que significa visitarla, no puedo dejar de pensar cuántos de estos hombres y mujeres que hacen largas filas para besar una piedra o abrazar una imagen del santo apóstol han sido guiados por un verdadero fervor, por un verdadero sentimiento espiritual que los ha hecho caminar tanto para llegar hasta aquí.Siento respeto al mismo tiempo que decepción y admiración. Tal vez lo que pasa es que fue demasiado fácil para mí llegar aquí como para apreciar lo que significa, pero lo cierto es que esta catedral no me mueve al recogimiento ni a la reflexión, no me da la impresión de refugio, mucho menos me mueve a un encuentro con las profundidades de alma (Qué cerca estaba de sentirlo, sin saberlo).

Asi que hice una visita más bien turística (síndrome Disneylandia) a la catedral, sin embargo, seguía igual de emocionada que al principio de estar ahí, por fin. Además, cabe recordar que era una visita de agradecimiento, por lo que agradecida con la propia ciudad y su ambiente recorrimos las callejuelas empedradas alrededor de la catedral que tanto me recuerdan a otros lugares ya visitados, quizá Guanajuato, quizá Taxco, no lo sé, pero Santiago tiene algo familiar que me hace sentirme como si ya hubiera estado ahí antes. En toda la ciudad se respira la hospitalidad de aquellos acostumbrados a ver extranjeros perdidos y reencontrados, cansados y sedientos. El gallego tiene un carácter cercano y amable, ese carácter que quizá le imprime la cercanía de la naturaleza exuberante y bella. No sé si esa es la razón, pero es extraño que una región golpeada por el hambre y por otras desgracias (como el propio mar que le da de comer) siga siendo tan cálida.

11.8.05

Secreto

Entre la gran cantidad de secretos que guardamos, uno de los que más celosamente mantengo en privado es cualquiera relativo a mi vida espiritual o a mis costumbres religiosas. Lo hago porque no me gusta debatir ese tema, porque lo considero íntimo y porque en la práctica lo que yo haga o deje de hacer puede resultar o parecer contradictorio, y lo es. También lo guardo porque muchas veceshe intentado explicarlo y la gente suele no entenderme; porque no me gusta que se burlen de mis ideas, que parezcan extravagantes; y finalmente, porque me parece que ese asunto es solo mío.

Sin embargo, hoy voy a revelar un secreto, aún a sabiendas de que algunos harán conjeturas y sacarán conclusiones erróneas de los hechos que aquí voy a relatar. Como muchos de ustedes saben, mi educación fue teresiana. Entre las cosas que me gustaban de mi formación teresiana (no hablaré hoy aquí de ninguna de las que me disgustaban, que son las que suelen traer conflictos), era la capilla del colegio (por cierto que transcribo esto, 8 de octubre del 2005, debo decir que anoche soñé con la capilla del colegio). Era una capilla pequeña y acogedora, con unas ventanas que daban al "jardín prohibido", un jardín al que los alumnos no teníamos acceso porque estaba del lado de la casa de las monjas. Esa capilla estaba continuamente vacía, a pesar de que nos llevaran por grupos con frecuencia a visitarla. Por lo general había mucha menos afluencia por las mañanas, ya que por la tarde las monjas tenían diversos servicios religiosos. La capilla era custodiada por la madre Angelita, una monja muy anciana que me gustaba porque regalaba estampitas y escapularios hechos por ella misma. Siempre la podíamos encontrar en una habitación contigua a la entrada de la capilla y al lado de la puerta exterior del edificio, que por otra parte era el recinto privado de las monjas. Pero lo que más me gustaba de la madre Angelita era que para mi representaba a la abuelita de Mundo de Juguete, la telenovela infantil de mis tiempos. Yo siempre quise ser como Cristina, la protagonista, sobre todo en el peinado, pero las pocas veces que lograron que mi cabello absolutamente liso consiguiera rizarse para caer en bucles como los de Cristina, el peinado me duró aproximadamente una hora. Para mi gran satisfacción, lograron hacerme una foto con ese peinado. Era la boda de mi tía Ma. Esther y llevaba un sombrero, guantes y vestido rojo y blanco (pamplonica desde pequeña, para quién todavía lo dudara).

Cristina era una niña de entre cinco y siete años, no estoy segura, que estudiaba en un colegio de monjas, como yo, aunque sus monjas llevaban hábito y las mías no. Estaba la gordita simpática, estaba la que se parecía a Julie Christie en la Novicia Rebelde, (por cierto, acá a esa pelí la tradujeron como Sonrisas y Lágrimas, título original; The Sound of Music, para que vean como nos las gastamos, mexicanos y españoles, en las traducciones. No quiero ni pensar en el contenido de las películas traducidas, después de revisar los títulos) estaba la Madre Superiora (c0n mayúsculas) seria y responsable, y finalmente, estaba la abuelita, una abuelita que vivía en una casita adorable escondida en los jardines del colegio. La abuelita estaba representada por "la abuelita de México", doña Sara García, y fue una gran tragedia descubrir al final de la novela que era un producto de la imaginación de Cristina. (y no creo que nadie me reclame haberle contado el final, ¿o sí?)

Pues ahí estaba la madre Angelita, custodia de la capilla, firme promotora de las vocaciones, y totalmente real, de carne y hueso. Te detenía para hablar con ella antes de entrar a la capilla o cuando salías de ella, hablaba mucho, te regalaba el escapulario o la postal, te decía que era un secreto, que lo guardaras bien, y te despedía con un "teresiana, teresiana de corazón". Qué tiempos.

Como les contaba, la capilla estaba vacía durante muchas horas, por lo que era un refugio perfecto para cualquier situación: se podía dormir, llorar, leer, o simplemente rezar. Así fue como me aficioné a las iglesias. No me gustan todas las iglesias, solamente aquellas en las que se logra percibir ese ambiente acogedor de la capilla de mi colegio, esas capillas silenciosas y tranquilas iluminadas por la luz de las veladoras, ese lugar donde realmente sientes que puedes estar, sin necesidad de explicar nada, simplemente sentarte o arrodillarte y pasar todo el tiempo que quieras ahí. Obviamente, por contraposición, no soporto las iglesias llenas de gente, sobre todo las iglesias a la hora de la misa o cuando celebran alguna otra festividad, un bautizo, una boda, una pascua, un adviento. Intento ir lo menos posible a esas iglesias o ir en las horas bajas. Aunque siempre hay sus excepciones.

Lo cierto es que el verdadero secreto apenas está por llegar, quizá me he demorado para revelarlo, porque todavía me estoy pensando si lo hago. En fin.
Hace algunos años, quizá en el 2000 o 2001, acompañe un día a Samaj a las iglesias de la ciudad en donde estuviera San Charbel, al parecer un santo muy milagroso. Estuvimos en la iglesia que está en San José Insurgentes, en una glorieta (frente a la cafetería El Juglar), también en una de la colonia Florida que yo no sabía que existía; finalmente fuimos a la iglesia de San Agustín, en Polanco. Cintas de todos colores rodeaban al santo. En ellas, la gente escribía el milagro que pedía. Yo, como tampoco he sido una persona al límite de sus desgracias, sino que he sido más bien tirandole a feliz y sin graves problemas, no sabía que poner en la cinta. Así que después de mucho pensar, decidí que pondría, más que un milagro, la formulación de un deseo "Vivir en España y ser feliz". Aparte de ser dedundante, porque como he dicho he sido una persona básicamente feliz a pesar de algún que otro periodo tormentoso, lo cierto es que tenía una idea más o menos preconcebida de como se realizaría tal milagro, aunque no recuerdo exactamente cuál era la idea (una beca quizá). Los caminos del señor son insondables, dicen por ahí. Y mira por donde, es cierto. También prometí, ya que estábamos en el de tu me das y yo a cambio te doy, que si se cumplía mi sueño, iría a Santiago a dar gracias. Por qué decidí, de todas las catedrales e iglesias que hay en España que iría a Santiago de Compostela, no tengo ni idea, quizá el año 2001 fue año Xacobeo y lo vi por televisión, no lo sé.

Lo cierto es que ahora me siento muy mal con todos los devotos de San Charbel, y con todos los que tienen una fe ciega, con todos los que pidieron en aquella iglesia de San Agustín por la vida de sus hijos, de sus padres, de algún otro ser querido, por aquellos que pidieron por su propia vida, por los que no tenían trabajo y en un arranque desesperado pensaron que quizá San Charbel les traería el empleo. Me siento mal con todos aquellos que esperan en realidad un milagro, no la realización de un deseo que finalmente, te lo puedes conseguir con tus propias manos, esa es la gran diferencia.
Ese es mi secreto, tengo que vivir con ello, con la culpabilidad de andar ocupando milagros, con lo escasos que están, en cosas que puedo muy bien, aunque con esfuerzos, proporcionarme por mí misma. Pero por si acaso, un año y medio después de realizado el milagro, iré a Santiago, como prometí.