26.4.05

Privado

La segunda película que vi es mucho más cercana en el tiempo, tanto que los personajes existen y siguen viviendo ahí en tierra de nadie; Domicilio Privado, de la que creo ya había comentado algo por aquí. Un joven italiano hace una propuesta contra la intolerancia, un ejemplo de resistencia pacífica en contraposición al terrorismo y la violencia que acompañan la vida cotidiana de palestinos y judíos. Pero tampoco se trata de una solución, la película ni siquiera tiene una visión optimista, sino que ofrece las luces y las sombras de un conflicto que se mantiene.

Una casa en medio de la nada, en la zona fronteriza. Una familia. Soldados israelíes irrumpen en la casa y la toman (como en el cuento de Cortázar, Casa tomada). El padre de familia decide quedarse, así que los soldados ocupan la parte de arriba de la casa, al completo, y el resto de la casa, el piso bajo, puede ser utilizado por la familia excepto por la noche; durante la noche son recluidos bajo llave en el salón. Comienza la pesadilla, el miedo constante. Los hijos reaccionan de distintas formas, algunos sienten nacer el odio hacia los desconocidos, otros la rebeldía, los más pequeños, la incomprensión y sobre todo, el miedo que algunas veces se convierte en verdadero terror.

La necesidad de vivir en un mismo territorio, la necesidad de convivir, es como una metáfora, un microcosmos que refleja lo que sucede en el conflicto palestino – israelí. Lo que me llama la atención es que, antes que nada, lo que se puede ver en esta convivencia, es el desconocimiento. La hija mayor espía a los jóvenes soldados israelíes y descubre que son chicos normales, que les gusta la música, el fútbol, que tampoco saben muy bien que hacen ahí, pero obedecen. Odian por tradición, no por convicción. Además de no saber qué hacen ahí ni por qué, se enfrentan a la desconcertante actitud del padre de familia, de su firme decisión de no irse. Una escena clave de la película sucedió literalmente en la vida real: uno de los soldados le pregunta al padre (en la realidad, esto sucedió dos años después de la ocupación) “¿por qué sigues aquí?”. “Porque es mi casa” contesta el padre. Como se dice por aquí, se puede decir más alto, pero no más claro.

En la película, el protagonista tiene una hija a punto de ir a la universidad, dos hijos adolescentes, y dos pequeños. En la vida real, son cinco hijos y cuatro hijas. La cantidad poco importa, lo curioso es el ejercicio que se puede realizar pensando cuántas formas de ver el conflicto existen. ¿Cuál será la correcta?.

Con esa idea de los finales felices entré a ver la película, convencida, por lo que había leído, que la decisión del padre era la correcta y además, (soy a veces hasta inocente) que serviría de algo. Lo cierto es que la visión de Constanzo no es optimista. Ni pesimista, es simplemente realista. Pensé que la idea era demostrar que esa tolerancia era una solución para el conflicto. Pero me quedé sin respuestas. No estoy segura de nada, no estoy segura de que la tolerancia y la resistencia pacífica (en este caso, sacrificando a la familia, que tiene que vivir con el miedo de manera cotidiana.) sea una solución, pero definitivamente, tampoco creo que lo sea la violencia. Pero dar una opinión a este asunto, decir NO a la violencia sentada cómodamente en mi casa, con este paisaje, con esta seguridad y este confort, no sé si sea válido. Viviendo así, podemos decir a toda violencia que no. ¿Qué haríamos viviendo como Abu Saguer?
Una anécdota interesante es que Costanzo escogió a sus protagonistas entre la crema y nata. Esto es, estrellas conocidísimas accedieron a participar en su proyecto, cosa ya un poco difícil de por sí, dadas las circunstancias de un director joven, extranjero y desconocido. A esto se agregaba la verdadera convivencia en el set de grandes estrellas judías y palestinas. Esto además de inédito, era peligroso, por lo que decidieron rodar lejos del conflicto, en el sur de Italia, lo cual me pone a pensar en otras cosas: amamos tanto a una tierra que nos parece tan única e irrepetible que luchamos hasta la muerte por ella, y resulta que es fácilmente reproducible en cualquier parte del mundo.
FICHA TÉCNICA:
Título Original: Private
Dirección: Saverio Constanzo
Guión: Camila y Saverio Constanzo, Alessio Cremonini, Sayed Oashua
Fotografía: Luiggi Martinucci
Montaje: Francesca Calvelli
Intérpretación: Hend Ayoub, Mohammad Bakri, Lior Miller, Arin Omary, Tomer Russo.
Italia, 2004
90 minutos

22.4.05

El hundimiento

Las últimas tres películas que he visto en el cine (aparte de Habana Blues) tienen un tema común bajo diferentes puntos de vista y no es un tema nuevo, ni en el cine, ni en la vida. Seguimos tratando de entender la guerra, entender por qué, quizá por eso tantas películas sobre el tema. Pero lo que es yo, no llego a ninguna parte. Sigo sin entender por qué, aunque me hablen de poder, de dinero, de política, de opresión, sigo sin poder justificar o comprender por qué odiamos tanto, o porque los otros nos son tan indiferentes que podemos pasar por encima de ellos sin inmutarnos, sin sentirlo. (Hablaré de ellas por separado)

El hundimiento es un vistazo a las últimas horas de Hitler, en abril de 1945, bajo el bombardeo de los aliados. El valor principal de esta película es que el vistazo se lo da un alemán, Olivier Hirschbiegel. Nos han parecido pocos los intentos de los alemanes, por lo menos en el cine, de analizar la figura de Hitler, como esos padres que reniegan del hijo descarriado, o más bien, como esos hijos que reniegan del padre descarriado, como la vergüenza de la familia de la que es mejor no hablar, de lo que nos arrepentimos pero preferimos olvidar. La película inicia y termina con las reflexiones de Traudl Junge, secretaria de Hitler durante dos años, en los que vivió recluida en el búnker en el que sucede la mayor parte de la película (lo cual acentúa la sensación asfixiante de agobio, de callejón sin salida, de opresión) y su reflexión final da pie a muchas más reflexiones. Junge dice que si hubiera sabido... quizá su fidelidad y cariño hacia Hitler habrían sido golpeados duramente. Pero dice además que su desconocimiento no la justifica.

No me impresionó tanto la figura de Hitler, supongo que tampoco esperaba encontrar algún momento de debilidad en él, algún momento emotivo que me hiciera pensar que era un ser humano, después todo; y no lo encontré, por supuesto. Era sí, un hombre tremendamente correcto, incluso diría agradecido, hacia sus seguidores fieles. Pero aún en los momentos más intensos, la frialdad casi demente que se lograba traslucir (incluso dentro de sus accesos de cólera) casi te dan la clave: me parece muy lógico que un hombre así haya hecho lo que hizo.

Menos lógica, más fanática, me parece la actitud de muchos de sus seguidores. Sobre todo de aquellos que seguían justificando la masacre a pesar de salir a la calle y ver lo que estaba pasando. Ilógica y fanática es, sobre todo, la tremenda actitud de Goebbels y su esposa, más papistas que el papa (“No quiero vivir en un mundo sin nacionalsocialismo, dice Magda Goebbels). Eva Braun me dejó con una gran duda: ¿era tonta, o se hacía? Su sonrisa y superficialidad me golpearon casi más que las propias decisiones de su novio, al final marido) No supe realmente si era superficialidad, o es que el amor la tenía cegada, o prefería defenderse poniéndose una coraza, haciendo como que no pasaba nada. “no pasa nada, hala, que nos suicidamos y ya está”. Así era su actitud. De todos los personajes, la que más me sorprendió y a la que menos llegué a entender fue a ella. ¿Realmente era así?

Como en todas las guerras, estés en el bando donde estés, siempre hay cobardes, traidores, héroes, pero sobre todo, víctimas. Entre los miembros de la SS también los hubo traidores, pero también héroes. Hubo cobardes que huyeron y valientes que se mantuvieron al lado de su jefe aún cuando ya todo estaba perdido. Bruno Glanz, el actor que interpreta a Hitler en esta película, en una entrevista, dice dos cosas que quisiera rescatar. La primera, que lo que más le impresionaba de Hitler era su falta absoluta de compasión, incluso para su propio pueblo. Lo segundo es: “no hay que confiar mucho en esa capa de barniz moral que hoy nos impediría volver a admirarlo. Es demasiado fina. No hay más que ver la foto de esa desgraciada joven humillando a los presos en una prisión americana, para desconfiar de que se haya aprendido la lección del triunfo nazi” (El semanal, 9 de abril 2005)

Ficha técnica:
Título original: Der Untergang
Dirección: Olivier Hirschbiegel
Guión: Bernd Eichinger, basado en el libro “El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich”, de Joachim Fest; y en el libro “Hasta el último momento: la secretaria de Hitler cuenta su vida” de Traudl Junge y Melissa Müller.
Producción: Bernd Hirschbiegel
Fotografía: Rainer Klaussman
Montaje (Edición): Hans Funck
Interpretación: Bruno Ganz (Adolf Hitler) Alexandra María Lara (Traudl Junge), Corinna Harfouch (Magda Goebbels), Ulrich Matthes (Joseph Goebbels)
Alemania, 2004.
150 minutos

15.4.05

El blues de La Habana

La Habana está triste. A pesar de la música, de los gritos que se escuchan cuando vas caminando por las calles, los gritos que salen desde el fondo de las casas, desde los balcones; a pesar del aparentemente eterno optimismo de los cubanos, del sonido de los tambores, de los niños corriendo y jugando en el Malecón: la Habana está medio destruida, medio muerta. Sólo queda una parte de la Habana, la otra se ha ido. Las familias están destruidas, los corazones están divididos: una parte de ellos lucha por sobrevivir, la otra mira hacia el muro, más allá de él, y espera. ¿Qué espera? Cualquier cosa, que pase algo, cualquier cosa. Que el periodo especial acabe. Que quede un poco de leche para cenar. Que hoy pueda cambiar una pastilla de jabón por un poco de pan. Que en el negro encuentre carne para la comida. Qué la bicicleta no se estropee. Que Dios exista. Que el diablo se vaya o se muera. Que Bush y el imperialismo de los cojones se... Que la casa no se me caiga encima. Que el refrigerador siga funcionando. Que el apagón dure menos, o que haya menos apagones. Que me pueda ir de aquí. Que si me voy, pueda volver.

La gente de la Habana sonríe. Te sonríen los niños, se te acercan, te preguntan. Los adultos te sonríen, te responden. Socialismo o muerte. Algunos días amanece y cuando ya no se puede más, la respuesta está muy clara. Hace unos años escribí lo siguiente:

Perdí el talento para describir las largas noches de la Habana, el calor de sus días, el olor a sal y sudor, el sabor de la hierbabuena y los viejas casas casi en ruinas. No sé como explicar la nostalgia de sus calles, el rumor lejano del mar que se estrella contra el muro, la primera noche tan llena de sentimientos y sentidos, el fresco del amanecer, la resaca del sol quemando mis ojos otra vez, como hace años, en una ciudad con calles tan parecidas; la confusión, igual de parecida; las palabras y los silencios necesarios y constantes, las largas caminatas, los faroles rojos del oscuro y sucio barrio chino, el culto desmedido a los cuerpos y al sexo, el sabor de la piel negra y del son que se apodera del aire y mueve las caderas.

¿Cómo explicar que una ciudad tan pobre, tan sucia, tan destruida, atrapa el ritmo con los años y transforma la desolación en música?


Parece como si sólo quedara la música. Ya no sirve rezar. Yemayá no responde. Obatalá y Changó se esconden. Estamos cada vez más solos. La decisión de irse o de quedarse se parece a la decisión del suicida: no se sabe si es más valiente una cosa o la otra.

Y aquí seguimos. Sobrevivir es lo único que se puede hacer, a veces ni eso. ¿Qué nos queda? La risa. La música. El sexo. Esperar. Languidecer ante esa “nada cotidiana” que tan bien describe Zoé Valdés.

Quién me ha robado el mes de abril

Quién me ha robado el mes de abril

Ayer amanecí sabinesca. Quería recordar cuándo y cuál fue la primera canción que le escuché a Joaquín Sabina. Pensaba que era esta, pero entonces mi mente empezó a acumular una cantidad indigesta de recuerdos a una velocidad vertiginosa. La época canalla.

Era la “rara”. Veía las películas que nadie veía, leía los libros que nadie leía (no, mejor tengo que decir: leía, cosa que nadie hacía), escuchaba la música que nadie escuchaba. Mi mente estaba llena de fantasías producto de los libros, me estaba volviendo tan loca como Santa Teresa y El quijote, los libros de caballería son dañinos para la salud mental y yo agregaría: los libros en general. Esa ciudad polvorienta me estaba quedando muy pequeña (lo de ciudad polvorienta no lo dije yo, lo dijo el primer ser alternativo que conocí en ella). No es que fuera pequeña, es que nuestro propio mundo a veces es tan reducido que aún estando en la ciudad más grande del mundo nos podemos sentir enclaustrados. Los límites están dentro de nosotros, así también puede suceder en el sentido contrario, cuánto ermitaño ha conseguido un mundo tan pleno, tan rico, y lo consigue a través del silencio y el aislamiento. El aburrimiento suele estar dentro de nosotros, no en lo que el exterior puede ofrecernos. Esto también tiene mucho que ver con nuestra particular lucha con la soledad, en como nos adaptamos a ella o la evitamos a toda costa.

Era una de las dos o tres personas que iban al ciclo de cine de Buñuel en una pequeña sala de la rectoría de la Universidad. No había el underground, el darkismo que ahora existe en Juárez, la ciudad de las bajas pasiones que mi hermano conoce bien. O por lo menos yo no lo conocía, aunque es muy seguro que existiera desde siempre. Ya me iba dando cuenta que mis ganas de ser monja era sólo una manera de decir que quería ser diferente a lo que veía a mi alrededor.

Entre mis rarezas, entendida la palabra no como una extravagancia gratuita, sino como algo que casi nadie que yo conociera hacía, estaba escuchar un programa de radio que salía por las tardes (no sé porque siempre me recuerdo sentada en el coche, no sé a donde iba a esa hora de la tarde todos los días, quizá a aquellas colonias perdidas, suburbanas, donde pasaba la mayor parte de mi tiempo con los niños en las últimas épocas de mi vida en Juárez. La estación (emisora) en realidad no era nada alternativa, ni siquiera original, simplemente era la única donde se escuchaba a Silvio y Pablo, trova cubana, cantautores, canciones sociales. Había una canción que decía algo así como: la vida se va como el agua por el lavadero. Deprimente. También salía una que otra vez Luz Casal, perseguida por un orangután. Mi época de Flans, Bonjovi, Pandora y Madonna había pasado (bueno, Madonna no). Víctor Manuel y Ana Belén, mírala, mírala, mírala, la puerta de Alcalá...tan lejana todavía. Guadalupe Pineda, que destrozó la canción de Pablo “Yolanda”, cambiando el Yolanda por TE AMO, cantaba una canción triste, extraña (para mí) una canción sobre amores clandestinos. El diario no hablaba de ti ni de mí. Se llamaba Eclipse de Mar. También le cambió la letra, la hizo más light; quitó la frase: que han pillado un alijo de coca, y también aquélla frase sobre la huelga de las putas en Moscú. Así entró en mi vida Sabina, a través de Guadalupe Pineda.

Eran mis últimos meses en Juárez, luego entré a la Universidad y ya era menos rara. Todo lo que me parecía dark, alternativo, underground, era de lo más normal y corriente (después de conocer a Juan Gabriel, mi compañero de clase, todo me parecía de lo más común, menos él. Después he conocido a cada persona extraña que Juan Gabriel también terminó por ser gente normal). Ya podía encontrar gente que escuchaba a The Cure.

En el primer semestre de la Universidad, Gustavo Loza hizo su primer vídeo en una clase sobre la canción Medias Negras. Era un poeta (Joaquín, no Gustavo, ese es cineasta, todavía) que se atrevía decir las cosas que hacemos y pensamos y no nos atrevemos a decir (quién más dice: De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría, por ti la vida entera...y sin embargo un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera....)

La canción favorita que teníamos Gerardo y yo (Zorrilla, sí) era Mentiras Piadosas (yo le quería decir la verdad por amarga que fuera, que el universo era más ancho que sus caderas). Pasábamos horas escuchando a Sabina, desgajando cada una de sus frases, poniendo ejemplos, recordando aventuras a las que siempre se le podía aplicar alguna cosa que Sabina ya había dicho. Aprendí muchas cosas en esa época de la Universidad. Aprendí sobre todo que también a mí me pasaban esas cosas que canta Sabina, que pasan todos los días y por tanto, no soy rara, ni excéntrica ni autista, ni dark, ni underground. Soy tan normal que me veo reflejada en esas canciones.

Recordar a Benja y a Lara, a Peque, a Canek, a Galo, también me lleva irremediablemente a Sabina. Hemos pasado más de 19 días y 500 noches escuchando una y otra vez Yo, mi, me contigo, o Esta boca es mía, encontrando referencias de unas canciones en otras, personajes, lugares, frases repetidas, metáforas.

Luego pongamos que hablo de Madrid, la primera vez, el Madrid de Sabina, el barrio de Lavapiés, el Hostal Pereda (ese es mío, pero tiene mucho de ambiente de canción de Sabina), la plaza de Tirso de Molina. Me bajé en Atocha y me quedé.


¿Quién me ha robado el mes de abril, Joaquinito? Has sido tú, claro. Mira que eres canalla, (aunque ese era Luis Eduardo). Eso mismo fue lo que yo le pregunté.

1.4.05

Hable con ella

La “actualidad informativa” (como les gusta llamarla a los propios medios) de España se encuentra en el ámbito internacional: la polémica muerte de Terri Schiavo, y las inminentes del Papa Juan Pablo II y el príncipe Rainiero. En realidad, hace días que quería comentar algo sobre Terri Schiavo, pero ahora estoy indignada por lo que estoy viendo por televisión y escuchando por la radio. Si cualquiera de ustedes enciende alguno de los dos, pensará inmediatamente que el Papa ya se murió. Los medios lo han matado antes de tiempo (no sabemos todavía si mucho antes o poco antes). Una y otra vez se ven las últimas imágenes que al parecer tendremos del Papa, imágenes muy duras sobre su impotencia y su dolor. Saben, porque ya lo puse en un post anterior, que simpatizo con el Papa y por tanto no sorprenderá lo indignada que estoy por el manejo (eso tampoco es sorprendente, el papel de los medios) que se hace de la agonía de este hombre. Quizá algunos piensan al contrario que yo, que lo que estamos viendo es interés y preocupación por la salud del Papa y no dudo que así sea en los espectadores, en los radioescuchas, en toda la gente que está reunida en la Plaza de San Pedro esperando y rezando; pero la forma que tiene los medios de demostrar y lanzar la preocupación al aire tiene mucho de morbo, y no tengo más que ver esas imágenes y escuchar la lista de enfermedades desplegada en las pantallas.

Pero yo venía a hablar de Terri Schiavo, no de la polémica política, familiar o judicial que ya se ha dicho mucho de ello, sino de una reflexión que me surgió y es la de lo poco familiarizados que estamos con la muerte, pero también con la vida; y de lo lejana que está la realidad física y científica de estas ideas que tenemos de ello. Los médicos de Terri Schiavo diagnosticaron muerte cerebral, lo cual, para ellos es decir muerte, sin más. El hecho de respirar era un reflejo mecánico inducido artificialmente, al darle de comer y de beber. A los que no somos médicos nos cuesta trabajo entender que una persona que respira, aunque sea de manera artificial (no me refiero a si tenía máquina de respiración asistida, sino de que se le ayuda con las sondas para comer) que abre los ojos y esboza una especie de sonrisa, no esté viva. ¿Qué significa estar vivo, entonces?. Los médicos aseguraban, sobre todo, que Terri no sentía, que no escuchaba. Lo de no sentir ya tiene más cercanía con lo que llamamos vida y es el punto de explicación más simple que nos puede dar la ciencia respecto a lo que llaman muerte cerebral, cosa que al parecer seguimos sin entender.

Esto me lleva a pensar que para nosotros la presencia es vida y por tanto la ausencia es muerte. En parte es así, pero no creo que sea tan sencillo. Volvemos a algo que mencioné en cuanto al caso de Ramón Sampedro (en el post sobre Amenábar y Mar Adentro) y es algo que yo le puse el nombre de egoísmo pero que quizá se llame de otra manera. También hablo de amor, aunque también quizá se llame de otra manera. Los padres y hermanos de Terri Schiavo demostraban su afecto a través de la presencia del cuerpo de Terri, no de lo que ella “viviera” o sintiera. El esposo demostraba su afecto de manera contraria (y eso sin querer entrar en la polémica de que si lo hizo por dinero o no, porque de eso se dicen muchas cosas, todas contradictorias).

El caso es que la polémica se agravó simple y sencillamente porque Terri no podía decidir, porque cada una de las personas que la querían eran los que decidían todo, pero decidían sobre todo si Terri sentía o no, y por tanto, si seguía viva o no, independientemente de lo que los médicos dijeran.
Lo cierto es que creo que sería bueno dar una repasadita a nuestra relación con la muerte, ese tabú que nos acompaña pero lo miramos de reojo, sin querer verlo de frente; que nunca esperamos que suceda pero siempre sucede, que es lo mas natural de todo lo que nos pasa en la vida, tan natural como el hecho de haber nacido; que no podemos eludir pero siempre estamos posponiendo; sentarnos a tratar de entenderlo un poquito, por lo menos un poquito. No se trata de resignación, ni de quitarnos el dolor, sólo se trata de aceptar que esta ahí, como mosca detrás de la oreja, y que el hecho de no saber ni cómo ni cuando sucederá nos da todo el resto de nuestra vida (retroactivamente), para tratar comprenderlo. A veces el drama no está en la muerte, sino en la vida, o en las circunstancias de la muerte (casi siempre está en las circunstancias, que si porque era muy joven, o porque era muy viejo, o porque estaba muy enfermo o estaba muy sano). Sería muy saludable para todos dejar de ver el binomio de forma maniquea y prejuiciosa, porque el nacimiento parece regocijo, pero en realidad no lo es para todos (ni para el que nace ni para la que pare) ni la muerte es tan mala para todos (algunos la desean o la esperan); ni siquiera sabemos cómo es, así que por lo menos deberíamos darle el beneficio de la duda.