24.3.05

Uno muy personal

Hace trescientos sesenta y cinco días llegué aquí. Todo sucedió tan de repente que parecía que no llevaba tanto tiempo planeándolo, esperándolo. El tiempo, como suele suceder en estas cosas, se había adelantado, había corrido tan deprisa que cuando llegó el momento todavía faltaba todo por hacer.

Tanto tiempo, digo, y pienso en las primeras veces que escuché hablar de un país lejano llamado España. Me sonaba tan exótico que el padre Enrique De Ossó hubiera nacido en un pequeño pueblo llamado Vinebre, Tarragona. Más exótico aún eran las murallas que rodeaban la ciudad donde nació Santa Teresa de Jesús. Todavía no conozco Ávila, por cierto, pero el día que vaya lo primero que pensaré es cuando Teresa, todavía muy niña, escapó con un hermano para ser sacrificados por los moros, otra palabra exótica.

Luego vino Platero, tan blando, tan blanco, peludo y suave. Después, probablemente estuvieron los campos de Castilla de Machado. Luego una compañera de clase, cuando yo estaba en quinto de primaria, fue de vacaciones de verano a ¡España!. En una ciudad donde el mundo conocido acababa en Disneylandia (para mí, pero estoy casi segura que en aquella época para casi todos mis compañeros, no había la fiebre europea de ahora) España sonaba tan lejos, tan.... No lo sé, pero España era una palabra que resonaba en mis oídos constantemente, que se colaba entre mis lecturas, entre mis sueños. Me pregunto ahora porque no me dio por irme a Macondo, a Rusia o a Inglaterra, lugares que también visitaba en mis lecturas, pero que me sonaban más oscuros o más fríos o más calurosos. España siempre lo imaginé luminoso.

Pensé que quizá la fiebre terminaría al conocer al país, que me decepcionaría, como suele suceder cuando consigues algo que has deseado tanto que lo idealizas y al final resulta tan diferente de lo que soñabas. ´

14 de julio de 1997. Por primera vez pisaba Madrid y era como si hubiera vivido ahí toda la vida. Las calles se presentaban ante mí tan claras, las cosas que veía eran tan nuevas y al mismo tiempo tan conocidas. El hostal Pereda, en plena Gran Vía, detrás del edificio de Telefónica, en una zona que luego fue sujeto de bromas varias por parte de Penélope, la pija. Ese primer viaje nos marcó, y unos años después, Penélope se adelantaba viniendo a vivir a Madrid.

2002. Mi última visita a España había sido bajo la imponente imagen de las torres gemelas destruidas, el 11 de septiembre del 2001. Ahora la visita era diferente, porque Penélope estaba aquí y a pesar de que yo ya había hecho algunas amistades en Madrid durante mis visitas anteriores, ahora era seguro que este viaje tendría un carácter mucho mas social. Un día como este, jueves santo, estaba en Sevilla haciendo algo que en ese momento me pareció un gesto mínimo pero significativo. Le pedí a una persona a la que prácticamente acababa de conocer que entrara en mi correo electrónico. Semejante gesto de confianza me sorprendió, me confundió y me hizo sospechar. Dos días después, Sábado de Gloria, en el último punto de la geografía española, en Tarifa, sobre una duna de arena que parecía en medio del desierto, y África allá donde la vista se perdía en el mar, dos amigas y yo escribimos algo en un cuaderno. Era el primer día del resto de mi vida. Empezaba mi nueva vida. Ni ellas ni yo sospechamos lo cierto que tenían aquellas palabras escritas en el cuaderno y aquella ceremonia en la que dejamos ir todo lo malo, dando la bienvenida a esa nueva vida.

Mis sospechas de aquél Jueves Santo en Sevilla tuvieron visos de predicción, al igual que la ceremonia que celebrábamos en Tarifa. La persona a la que le había pedido que revisara mi correo electrónico viajó durante cuatro horas para estar conmigo sólo dos y volver a viajar cuatro horas más de vuelta a su casa, gesto mucho más significativo que el hecho de dar la contraseña de mi correo. No voy a contar aquí los avatares para conseguir ese corto encuentro, que incluyen un viaje accidentado desde el norte más norte y desde el sur más sur para llegar al lugar donde se cruzan los caminos, el punto cero donde comienza todo el territorio español. Sólo les diré su nombre: se llama Carlos.

Pero de eso hace tres años, y aquí lo que estamos celebrando es apenas uno, por lo que en medio están dos años de ir y venir, de dudas, de indecisiones. Quiero pedir disculpas, aprovechando la ocasión, a aquellas personas a las que no les conté ese hecho decisivo que fue en gran parte el impulso final para un viaje deseado muchos años atrás y tantas veces postergado por razones varias (siempre hay pretextos para no hacer las cosas que tenemos miedo de hacer). Pero no quería que una cosa se confundiera con otra, que se malinterpretaran mis proyectos, que por cierto, eran diferentes hace un año a lo que son ahora.

Porque las cosas no sucedieron como estaban proyectadas, como ya es costumbre. Cuando uno cierra una puerta y abre otra, nunca sabe a ciencia cierta lo que encontrará detrás de ésta. Tenemos ideas, planes y proyectos, pero es bien sabido que pocas veces el camino para llegar a un lugar casi nunca es el mismo que nos habíamos trazado.

El año 2004 inició con mi firme decisión de no seguir postergando el momento, cosa que al parecer, nadie me creyó. Ya estaba todo el mundo tan acostumbrado a escucharme decir que me iba a vivir a España, que no se tomaba nadie la molestia de preguntarse cuándo ni por qué no lo había hecho ya. Simplemente lo daban por hecho, igual que yo. Pero el paso tenía que darse. Y estaba yo en las escaleras del JC Penney del World Trade Center cuando le llamé a Julieta y le dije que ya estaba hecho, que mi boleto era para el 16 de marzo. Sin embargo, volví a cambiar la fecha, pero era mi última oportunidad. Como era un boleto de millas, si no me iba el 23 de marzo, ya no podría viajar hasta octubre. Estaba en el punto de no retorno.

Llegó el día, sin darme, sin darnos cuenta. Sin darme cuenta también, pasé la última noche en mi pequeño departamento de Cerro Dos Conejos. No estaba nerviosa, ni siquiera triste, más bien como anestesiada, como viendo todo desde fuera. Es, supongo, una barrera contra el dolor, y no luché contra ella, ahí estaba mejor. Pero es que además, no pensaba que ese sería, en realidad, mi última vez en ese lugar, que no volvería nunca más a él. Todavía tenía el lazo demasiado apretado como para pensar que se desharía, desconectándome de mi vida, de lo que fue mi vida durante trece años.

La mezcla de tranquilidad, felicidad y tristeza era tan complicada de expresar que quedó así, sin expresarse. (Y lo siento por las personas que sé que les hubiera gustado que la despedida fuera más emotiva, pero...ya saben como soy, prefiero ir como si no pasara nada que aceptar que tenía ganas de llorar al despedirme). Subí al avión con mis amuletos en la mano (un anillo con el nombre de Julieta y la fecha grabada, y unas pulseras que me dio poco antes de irme, mientras nos tomábamos el último café de Starbuck’s).

Llevaba tantas maletas en la mano que la conexión en Miami fue un martirio. Pero en realidad, no llevaba nada, iba como una canción de Alanis Morrisette, con las manos en los bolsillos, un puñado de recuerdos, eso sí que siempre irán conmigo, y poco más.

Siete largas horas en Miami, sin dinero y llena de maletas empezaron a resquebrajarme un poco, pero siempre hay alguna anécdota que te sube el ánimo. Fui a comprarme algo de comer con los pocos dólares que tenía, e intentaba conseguir que la mujer me aceptara el pago la mitad en dólares y la otra mitad en euros, cuando un hombre junto a mí puso unas monedas en el mostrador, que era la cantidad que yo quería pagar en euros. En eso la cajera comenzó a hablarme en español, era cubana, claro y así estuve un rato conversando con ella. Y después conseguí embarcar todo lo que llevaba en la mano sin pagar un quinto. Algunos piensan que tengo buena suerte.

Y no sé si la tengo o no, pero sí sé que no tengo mucho de que quejarme en la vida. Las cosas me han costado, los caminos son más largos y difíciles de lo que a mí me gustaría. Pero siempre llego. La confianza que me da el saber que siempre llego a la meta, es la que hace menos arduos los caminos.

El camino, como he dicho, ha sido muy diferente y el proyecto que ahora tengo en mi vida no deja de incluir los que tenía antes, pero me da la paciencia para no desesperar por no conseguirlos ahora, en el momento. Al fin y al cabo, sé que voy a llegar. Porque siempre lo hago, siempre cumplo mis sueños, aunque todavía no sé si a eso se le llama suerte.


19.3.05

El violín

El viernes pasado estuvimos en el Baluarte (nuestro auditorio, pequeño si se compara con el Auditorio Nacional, incluso con el Metropolitan, aunque no llega serlo tanto como nuestra pequeña y cálida sala Nezahualcoyotl, pero totalmemte nuevo y acogedor), escuchando a Tchaikovski. Me declaro desde ahora totalmente ignorante en cuanto a música se refiere (nací en la época del “pop”, crecí con Madonna y con Timbiriche, todos tenemos defectos), por lo que no esperen una descripción sobre la música de esas que me asombran tanto, de esas en las que con palabras la música toma forma, color, olor y sabor. No puedo hacerlo, porque no sé describir la música, ni siquiera soy capaz de imaginarme la música y admiro muchísimo a cualquiera que frente a un pentagrama sea capaz de escuchar algo, incluso sin tener ningún instrumento a mano.

Aún así, no pude menos que mantenerme subyugada ante el movimiento de las manos, ante el sonido que puede surgir de un violín. No era cualquier violín, no, era nada más y nada menos que un Stradivarius de 1690, y que resultó tener una historia curiosa: pertenecía a Leopold Auer, un músico que en su momento, se negó a ejecutar el concierto para violín y orquesta en Re Mayor, Op. 35, la misma que en ese momento estábamos escuchando de la mano de un ucraniano afincado en Israel, porque le pareció “inejecutable”. A la muerte de Tchaikovski, Auer, arrepentido, terminó por tocarlo, no sin antes hacerle algunas modificaciones, ya que es considerado uno de los conciertos para violín más difíciles que se hayan escrito.

Pero a Vadim Gluzmán no parece costarle ningún trabajo. Tiene apenas treinta y dos años, pero que la Stradivari Society de Chicago le haya cedido uno de estos violines, dice de él mucho. Mucho más dice su propia ejecución. Lo he dicho antes, no sé nada de música, pero tengo la sensación de estar ante algo muy pero muy bueno. Y parece que no me equivoqué, ya que Vladim fue ampliamente aplaudido y se le solicitó que tocara algo más. El qué, no lo sé, pero fue algo muy corto donde se podían lucir tanto él como el valioso (en todos los aspectos) violín que tiene entre las manos.

Durante la segunda parte, mientras escuchábamos la Sinfonía No.5 en Re Menor , Op. 64, mi mente se trasladó a mi infancia. Teníamos un disco de vinilo, deTchaikovski, que yo solía escuchar una y otra vez, y mi imaginación viajaba mucho mientras lo escuchaba. Creo recordar que alguna vez lo puse para leer a Chejov, quizás a Dostoievski. Escuchar ese disco de Tchaikovski era imaginar frío, mucho frío, lugares igual de nevados que en Doctor Zhivago (y creo que Dr. Zhivago ni siquiera se rodó en Rusia), un samovar, palabra que siempre me llamó la atención y que nunca supe qué era. Me gustaría rescatar ese disco de Tchaikovski, viajar de nuevo con él a mi casa, mis libros, mi cuarto, rescatar del olvido ese disco y esa consola, de las que ya no existen. Este es el mayor poder de la música, que es un cajón de recuerdos.

15.3.05

El misterio de Cristóbal

No se sabe a ciencia cierta de donde venía; tampoco se sabe a ciencia cierta si los restos que se encuentran en la Catedral de Sevilla son los de él. El mayor misterio de Cristóbal Colón ha sidoél mismo, sus verdaderos orígenes y su destino final. La hipótesis más aceptada ha sido que era hijo de un comerciante genovés, pero en los últimos tiempos suena una nueva hipótesis, que Colón era de Mallorca, e hijo del Príncipe de Viana. Hace ocho días fuimos a una conferencia en la que se trataba de “demostrar” esta última hipótesis.

Lo cierto es que en torno a la figura de Cristóbal Colón ha habido siempre un halo de misterio. Incluso su hijo Fernando anduvo tocando puertas en la búsqueda de sus orígenes, pero al parecer no sacó mucho en claro. Las razones que nuestro conferencista aportó no son más que circunstanciales, adaptables, si uno quiere, puede aceptarlas como reales, pero también, si se quiere, puede mantenerse pensando que era genovés.

Al parecer, todos los escritos de Cristóbal Colón fueron realizados en castellano, incluidas anotaciones “personales” al margen de los libros. Según el conferencista, es normal que sus cartas a los Reyes Católicos fueran escritas en castellano, pero para anotaciones personales se suele usar el idioma natal o el idioma más usado en nuestra vida diaria ¿por qué entonces Cristóbal Colón no escribió sus anotaciones en italiano, o en portugués, lugar de donde vino a presentar su proyecto a los Reyes y donde vivió tantos años?
Los hermanos de la supuesta madre mallorquina de Colón, Margarita, eran corsarios y uno de ellos se llamaba Cristóbal. Esto demostraría porque Colón tenía conocimientos navegantes, lo cual no se explica si fuera un vendedor de telas e hilos, como se supone en la hipótesis genovesa.

El príncipe de Viana era el hijo de Blanca de Navarra y Juan II de Aragón. A la muerte de su madre, él debió haber heredado el trono, que le fue arrebatado por su padre. Así se inició una guerra, y Carlos, el príncipe de Viana, viajó durante muchos años buscando apoyo para recobrar el trono perdido. Durante su destierro estuvo en Mallorca, en el año de 1459. El príncipe murió en Barcelona en 1461 sin poder acceder nunca al trono de Navarra.

Según la hipótesis mallorquí, y de acuerdo a documentos históricos, Cristóbal Colón se presentó por primera vez a los Reyes a los 28 años, lo cual situaría su nacimiento en 1460. Sin embargo, la fecha “oficial” de su nacimiento se sitúa en 1451.

Lo cierto es que las dudas en torno al nacimiento, vida y muerte del Almirante son muchas, y entre otras cosas, no se puede explicar la serie de privilegios que obtuvo de los Reyes Católico, empezando porque la mismísima reina de Castilla empeñó sus joyas para financiar su primer viaje. Lo cierto es que si nos basamos en todo el apoyo recibido antes de su viaje, sumado a la aceptación por parte de los reyes en cuanto a las exigencias de cargos y riquezas de Colón, no se puede entender cómo un simple aventurero desconocido recibiera tanto de parte de ellos. Por lo tanto, Cristóbal Colón no era ni tan simple, ni tan desconocido. Era además, un hombre reconocido en Portugal, donde vivió los años previos a la Gran Aventura.

Su hijo Fernando anduvo tras de esta y todas las pistas posibles, pero siempre se topó con barreras, misterios y censuras, por lo que no pudo llegar al fondo del origen de su padre. Aún así, el conferencista no logró dar ninguna prueba suficientemente contundente ni sobre el origen mallorquí, ni sobre el origen real de Cristóbal Colón. El único “lazo” que se puede establecer de manera un poco más clara es el que presenta su relación con Luis de Santángel, tesorero real que conoció al Príncipe de Viana, vivió en Mallorca y financió con su propio dinero parte del primer viaje de Colón. Pero su relación con Santángel abre, además, una nueva hipótesis sobre el origen de Colón: la tesis que algunos sostienen sobre su origen judío. Pero esa es otra historia.

Al parecer, todo este embrollo podría solucionarse gracias a los avances de la ciencia. Se espera el momento en que un análisis de ADN demuestre, antes que nada, si Colón realmente está en la tumba que se encuentra en Catedral de Sevilla, o si se encuentra en Santo Domingo, como algunos suponen. Una vez resuelto el misterio de su muerte, se podría abrir una nueva puerta para resolver el misterio de su nacimiento. Entre tanto, la leyenda y las duda continúan.

11.3.05

No se olvida

Quise usar esta frase que a los mexicanos nos recuerda una fecha específica, a pesar de que algunos no habíamos nacido cuando sucedió este hecho vergonzoso en la historia de nuestro país. Stefan Zweig habla en uno de sus libros sobre los "momentos estelares de la humanidad", aquel minuto que cambió la historia por completo, que fue crucial, esencial para cambiar el rumbo y la evolución. Muchas de estas fechas están escritas con sangre, con dolor y lágrimas.
Muchos de nosotros, sobre todo los chilangos, recordaremos que hacíamos o donde estábamos exactamente el 19 de septiembre de 1985 (yo todavía no vivía en México City, pero lo recuerdo muy bien). Yo creo que casi todo el mundo recuerda que hacía y donde estaba el 11 de septiembre del 2001. Hoy, todos los rincones de España, desde Asturias hasta Andalucía, de Extremadura a Cataluña, pero sobre todo los madrileños, tienen que ahondar una herida que en 365 días es imposible cerrar. 11 de marzo del 2004 es una fecha que no se puede, que no se debe olvidar. Pero al escuchar las voces quebradas de todos los que iban en ese tren o en el siguiente, que todas las mañanas tienen que luchar contra el fantasma del miedo, que todavía no se atreven a guardar las cosas de su hija o hijo que salió a la Universidad y no ha vuelto (que no volverá, pero no quieren recordarlo, no quieren aceptarlo) resulta tan inútil y superficial la pugna entre políticos, la culpabilización a los medios, el consenso no alcanzado de la comisión de investigación... resulta necesario, pero se ve tan pequeño y tan insignificante toda la reflexión, todo el análisis, junto a cada una de las historias de cada una de las personas que viajaba en ese tren, de las que tienen que seguir viajando día tras día en él, que lo único que me parece válido hoy es el silencio. Es una opinión personal, no quiero decir que no valga la pena hablar, homenajear, conmemorar (todo esto sirve de ejercicio de la memoria, para que no se olvide) pero entonces viene a la mente la desgarradora voz de Pilar Manjón diciendo "de que se reían, sus señorías" y de verdad que las lágrimas y el silencio parecen ser las únicas salidas a un dolor que no solo es de 192 familias de los que ya no volvieron, ni de los dos mil y tantos que luchan cada día por volver a vivir, ni de los tres mil y pico que siguen necesitando la ayuda siquiátrica para volver a conciliar el sueño o para volver a subirse a un tren; es un dolor que se contagia, que se transmite, que se siente aunque cada uno sepa donde estuvo y que hacía el 11 de marzo del 2004, y no haya estado ni remotamente cerca de la estación de Atocha.
El 12 de marzo fue un día de comunicación: lágrimas y gritos mezclados con protestas, con gente en la calle exigiendo la verdad, de mensajes de móviles que se reproducían como celulas cancerígenas que mataban con una velocidad sorprendente las aspiraciones políticas de un partido, pero que también demostraban que este tipo de tragedias, naturales o provocadas, sirven (sí, desgraciadamente sirven) para que la gente se de cuenta de su propio poder: el poder de la ayuda, de la solidaridad, pero también, por qué no, el poder de la democracia, de la exigencia de los derechos políticos de los ciudadanos. Sirve para recalcar la incompetencia de ciertos políticos contra la organización y el poder de convocatoria de las personas comunes y corrientes. 364 días después, el silencio reina en las calles, el silencio como manifestación del dolor, como contraposición de la voz alzada del 12 de marzo.
Igualmente inútil me parece escribir esto, pero quiero recordar algo que no se olvida y que seguramente, no se olvidará: el 11 de marzo del 2004, a las 7:37 de la mañana.

5.3.05

De santos

Suelo ser muy crítica con la Iglesia Católica, lo cual no es una novedad, como tampoco es novedad que malinterpreten mis críticas. No estoy en contra de la Iglesia, solamente difiero de algunas de las acciones en la cúpula del poder; otra de mis diferencias se dirigen hacia el origen, causas y nacimiento de esta institución; pero mi principal crítica va dirigida hacia los supuestos católicos que se jactan de pertenecer a una iglesia en la que no siguen los preceptos, o los siguen solo en apariencia (pero mi crítica es igual a la que podría tener hacia los musulmanes que malinterpretan al Corán y se convierten en terroristas, ejemplo mucho más extremo, claro está. A estos no sólo los crítico, también los condeno).

Ahora no entraré en el debate sobre si esto sucede debido a la intransigencia y poco sentido de la realidad de la Iglesia, o se debe a lo poco constantes y congruentes somos los seres humanos. “De todo hay en la viña del Señor”y hoy quería hablar precisamente de lo contrario, esto es, de aquellos que por su fe viven una vida apegada a las líneas institucionales de la Iglesia a la que decidieron pertenecer (sí, nos la imponen con el bautismo, pero luego nos dan una serie de oportunidades para confirmarnos o no en ella), o que dentro de la misma encontraron el cauce y las herramientas necesarias para luchar contra la pobreza, el hambre, la marginación y otros demonios.

Una de mis críticas a la Iglesia Católica se refiere, precisamente, al sistema de canonización, el camino a la “santidad” de una manera oficial. Personas que han cumplido, a veces hasta el extremo (de estos hay dentro y fuera de la Iglesia Católica, por ahora sólo me interesa nombrar a los que están dentro de ella) con una vida “ejemplar” no sólo a un nivel espiritual sino a uno más cercano y humano, hacia los demás hombres, deben cumplir un requisito absurdo y yo llamaría surrealista: realizar tres milagros después de muerto. A mi me parece que ya es milagro que personas como el papa Juan Pablo II se mantengan al pie del cañón, pendiente de todo lo que pasa en el mundo, que aún sin voz mantengan el grito de paz, de igualdad, de compasión hacia los más necesitados de todo eso. Bastante milagro es, para el Papa, despertar cada día y salir a su balcón. Y más milagro es imponer su voluntad dentro de una Iglesia que, todos sabemos, la manejan y manipulan cardenales, arzobispos y un montón de gente que revolotea a su alrededor (siempre ha sido así, no tiene por qué no pasar ahora) politizando la Iglesia (otra de mis críticas). Bastante milagro es, creo yo, creer firmemente en las palabras de Jesús, y llevar a la acción el amor que es fácil decirlo, pero difícil demostrarlo. Ese hombre, Juan Pablo II, es un hombre que ha sufrido en propia carne el dolor, el hambre, el frío, y que, creo yo, lo sigue sufriendo al verlo en todos y cada uno de los países a los que ha pisado. Es un hombre que se ha mantenido firme en muchas cosas ante los más reaccionarios súbditos: quizá no ha logrado, o no le ha interesado “modernizar” a la Iglesia en algunos temas (aborto, preservativos), pero quizá no lo ha hecho porque está ocupado en otras cosas, que tal vez para él sean más importantes, como por ejemplo, recordar a los dirigentes del mundo, a los poderosos, que lo importante de su poder es utilizarlo a favor de los más desprotegidos, no en contra. Quizá no ha sido escuchado, pero él ha seguido hablando. Además, lo de los preservativos y el aborto son asuntos, que en principio, ni siquiera debían ser discutidos por las autoridades de la Iglesia, porque cuando pertenecemos a una, deberíamos seguir sus reglas, y si no nos parecen sus reglas, no pertenecer. Me consta que Dios no desaparece porque tengamos desavenencias con una u otra Iglesia, que tengamos el carnet o no de una o de otra. Pero ese es asunto nuestro, no del Papa. Bastantes problemas tiene él ya con mantenerse vivo. Y todavía le van a pedir milagros después de muerto. ¿Así como quieren que no critique a la Iglesia Católica? Pero claro, si quiero ser coherente.....volvemos a “si perteneces a una Iglesia debes cumplir sus leyes, por lo cual el Papa tendrá que realizar sus tres milagros más cuando muera. Eso no quita que yo, que dejé esa Iglesia, le de el pase automático a la santidad.